sábado, 29 de octubre de 2011

CAMINO REAL DEL QUINÓ

Occidente de Venezuela, 1.625 m.s.n.m., clima agradable, brisa suave y el sol que comienza a calentar nos dan una sensación agradable por estar en un lugar diferente. Bajamos del autobús que fue nuestro transporte-dormitorio desde el día anterior a las 5.30 p.m. cuando salimos de Caracas hasta hoy a las 7.30 a.m. Estamos en el Terminal de buses de la ciudad de Mérida, estado Mérida. Ciudad de los Caballeros rodeada por los mas altos picos montañosos de la Cordillera Andina, fundada en 1.558 por Don Juan Rodríguez Suárez, donde se le dio el título de Libertador a Simón Bolívar y se le erigió el primer monumento.


Mi amiga Rosana y yo tenemos horas sin comer, un olor delicioso de café y de arepas nos impulsa a seguirlo hasta el restaurante cercano, con nuestro equipaje a cuesta llegamos hasta allí y disfrutamos con fruición de los deliciosos pastelitos andinos y el caliente café. A la mesa se acerca un joven señor tocado con un sombrero trenzado, respetuoso me pregunta. “¿Es usted. la señora Borges de Caracas? Y a mi vez le respondo ¿Cuál es su nombre? -Simple protección- responde y yo hago lo mismo, estamos identificados. Es José Alí Calderón el conductor que previa contratación nos trasladará desde aquí hasta el minúsculo poblado de Los Nevados. Sentadas en un 4x4 comenzamos nuestro periplo, no sin antes dar una larga mirada al frente, hacia arriba a la maravillosa cordillera que rodea a la ciudad como gigantescas murallas entre los mares y la salvaje Amazonía, distingo claramente las mágicas montañas de eterna primavera pero sólo una pequeña manchita blanca de la otrora llamada “nieve eterna”.
Se calcula llegar a destino tranquilamente sin apuro en unas 3.1/2 horas, son 66 k de carretera, la misma fue abierta a pico y pala por lugareños que tenían que en bestias trasladar sus productos al mercado, les dieron “una mano” la Guardia Nacional e Inparques., es sumamente angosta, con precipicios sin fin a un lado y ladera montañosa por otra, afortunadamente tiene poco tráfico, al encontrar otro vehículo uno de los dos con cortesía retrocede hasta un espacio más ancho para dar paso al otro.
Nos detenemos de nuevo en el “Mirador del Morro, 1.900 m., hay mucho que admirar y captar con nuestras cámaras, las casitas desperdigadas en la montaña parecen como colgadas en el vacío, al pasar por la aldea Mirchanchay una bella niña de rojas mejillas me saluda con la mano. Pasamos otro GP: “Mocas”, puedo ver que desde otro ángulo se desliza el río Nuestra Sra. Del Amparo. Observamos algunos hermosos árboles emblemáticos del estado, el Bucare ceibo (Erytrina Poeppigiana), muchas “Barbas de Palo” cuelgan de sus ramas como guedejas de grises cabellos.

Es la 1 del día, hemos llegado al pueblo Los Nevados, calle principal y otra adicional, iglesia, ambulatorio, escuela, policía y plaza, muchas posadas sencillas familiares, flores por doquier. Los vecinos nos miran y saludan curiosos y respetuosos, sus miradas nos siguen por donde pasamos, tomamos fotografías a todo porque vale la pena el recuerdo, mientras lo hacemos se baja el equipaje del carro y se alistan en mulas, en la plaza nos despedimos de José Alí y conocemos a nuestro baqueano y anfitrión el señor Alirio Castillo, que a su vez nos presenta a Pelayo, un muchazo rubio de piel roja quemada por el sol, es un “viajero mochilero” español que tuvo la curiosidad de llegarse hasta acá, nos pregunta si puede acompañarnos a lo que accedimos, siento orgullo de hacer ver tantas bellezas de nuestro territorio. Este pueblo está “encaramado” en la cima de una montaña, ahora bajamos de ella por un ancho camino áspero lleno de baches y piedras grandes y filosas, hay que apoyarse en el bastón para no caer, al rato llegamos al río rugiente y corrientoso, lo atravesamos por un puente de cemento y cabillas, luego comienza “la fiesta”, es un sin fin de cuestas una tras la otra, empinadas y soleadas.

El paisaje nos distrae. Flores de distinto color y formas, plantas, montañas, rincones umbríos que protegen un riachuelo, se escurren hilos de agua por entre las piedras. Comentando y fotografiando se nos pasa el tiempo sin darnos mucho cuenta de lo caminado. Ahora al frente vemos un hermoso prado extenso y verde, donde plácidamente se encuentran vacas y toros paciendo y de repente en mi mente aflora el recuerdo, claro ya estuve aquí hace unos 12 años atrás, es la hacienda El Carrizal, no sólo la estampa también ayuda a recordar el olor campesino de la bosta, de la leña quemada, de la hierba recién cortada. No encuentro muchos cambios, casi todo está igual desde hace tanto tiempo. Hasta tengo la información por parte de mi padre que somos parientes de esta gente, llevamos el mismo apellido secundario. En la puerta de la antiquísima casa nos recibe amables, Francisco Castillo, su esposa y la simpática Catalina la esposa de Alirio.

De inmediato nos llevan a nuestra habitación que más parece para un regimiento de lo grande que es, aquí dejamos los bártulos y proseguimos con la visita a las otras áreas, tal como lo recordaba el amplio patio interior que antes era de tierra y hoy está recubierto con mosaicos, rodeados de plantas y flores, el cuarto del altar presidido por un antiguo y muy hermoso cuadro de la Virgen del Carmen con la particularidad de que si la miramos a los ojos y caminamos ella parece seguirnos con su mirada, no se sabe el nombre del pintor, sólo que se trajo desde España en un barco algún día lejano.


¿Cómo llegó a esta hacienda?. Está sobre un altar con velas, rosarios, abalorios y flores todas ellas del mismo jardín casero, el recinto produce recogimiento interior por lo sagrado y religioso de las imágenes que están allí, también de cuando en vez un cura dice misa, cuando pasa por estos lares. La casa tiene 16 habitaciones, pero ahora pasamos por una que cuando estuve antes me daba terror atravesar y hoy también me lo produce, porque es oscuro y tenebroso, tiene dos puertas enfrentadas y allí hay varios grandes baúles de cuero, madera y hierro muy antiguos que se utilizan para guardar avíos y granos. En esta visita actual cuando tengo que pasar por allí para llegar a la cocina llamo a Rosana para que me acompañe y lo hacemos corriendo. ¡Susto!

Luego de un reparador descanso en la mañana siguiente el olor de las arepas me llevó derechito a la cocina, aplanadas, redondas, blancas y grandes untadas con mantequilla pronto desaparecieron de los platos. Mientras afuera se organizaban el bastimento y todo lo que se necesitaría para nuestra primera travesía. Listos, nos fotografiamos con la familia y nuevos amigos, abrazos y “hasta la próxima”, dejamos a los esposos Castillo padres, en su casa. Con nosotros viene ahora Catalina y dos señores más que luego tomarían otro camino, 2 burritos de carga, a uno de ellos sin nombre lo bauticé “Bombón”, una mula y el caballo Nevado, Alirio, Rosana, Pelayo y yo integramos la comitiva.
El camino es arduo, largo, pesado, la altitud enrarece el aire y me fatiga, caminamos despacio. Que paisajes tan bellos, distingo los picos de El León y del Toro que pronto borra la neblina, abras, cañadas, un águila volando suave, vegetación paramera con Coloraditos, gramíneas y frailejón. Terminada la cuesta pedregosa, subimos a los animales y ahora tengo una visión diferente de lo que me rodea, es más amplia y lejana desde la altura del animal.
Hemos caminado horas sin parar, hace hambre. Nos detenemos en un paraje despejado y propicio, se liberan las bestias para que pasten y Catalina saca de su “mágica busaca” alimentos gloriosos que devoramos de inmediato, queso ahumado en casa que manjar.
Ya pasamos el punto más alto de este páramo, la altitud fue de 3.800 m.s.n.m. De nuevo proseguimos el largo camino, empieza hacer frío sabroso, jirones de neblina pasan sobre nuestras humanidades. Me doy cuenta que ahora comienza a cambiar la vegetación, veo árboles de Pardillo, Ceiba, bromelias, orquídeas, el suelo está más húmedo, nos rodea una fronda apretada, una mariposa azul, trinar de pájaros, el camino se estrecha en sendero y al final veo una zona verde y despejada.

Atravesamos el páramo Don Pedro en la Sierra Nevada y ahora hemos llegado a “Boca e´monte”. Aquí hay un refugio construido por Alirio hace mucho tiempo, es una construcción básica, con un espacio para la mesa rústica, asientos son árboles cortados, fogón de leña y habitación de troncos con un espacio libre y techado para colocar las carpas, tanto nosotras como Pelayo preferimos colocar las nuestras al aire libre, con la intención de poder mirar el cielo estrellado en la noche. Lo que no pudo ser porque llovió toda la noche y siguió lloviendo todo el día siguiente.  Luego del desayuno continúa la lluvia, nos colocamos los impermeables y se protegieron los bártulos, a comenzar la caminata de nuevo, ésta será a cálculo de Alirio alrededor de 7 horas.
Nos adentramos por el sendero entrando al bosque húmedo nublado tropical, las hojas de los árboles lloran con las gotas de rocío y de lluvia junto, todo está brilloso y resplandeciente, hay vida palpitando entre el variado follaje. Una brisa helada acompañada de la neblina que asciende desde la base de la montaña nos rodea, pero caminando y protegidas no nos interrumpe el paso y la felicidad de estar allí, en ese momento. Nuestros ojos relucen y resplandecen  con el regalo que la naturaleza nos ofrece. Cruzamos el bosque colmado de silencio, fría brisa y naturaleza prístina. Junto con los expertos baqueanos Catalina y Alirio y la ayuda generosa de Pelayo, nuestra aventura nos permite valorar la ecología andina, superar nuestro reto.
El ojo y oído atento y las manos prestas a impedir cualquier accidente, llevando a nuestras bestias de la brida, permiten que mi amiga y yo cabalguemos confiadas por aquél sendero resbaloso de mojadas y desiguales piedras, aunque a veces a alguna se nos escape un grito o un rictus angustiado en la cara, cuando el bendito animal salta un escalón o un obstáculo que hace que nos rodemos en la silla hacia delante o al contrario cuando se empuja para subir una cuesta empinada, rodamos hacia atrás. Las manos de ambas están rojas por la fuerza con que nos agarramos a la montura y al freno. Mi “asentadero” duele con tanto bamboleo. La lluvia se intensifica, cae con fuerza y el sendero es un río de agua pantanosa que corre hacia abajo, las hojas de los árboles al tropezarlas se sacuden sobre mi humanidad, pero aún así no tengo miedo la mano firme de Catalina lleva la brida y con un seco movimiento de ella, hace caminar firme a “Nevado”. Esta vivencia única y diferente me hace sentir cual una “amazona” en su corcel.
Al fin para la lluvia y nos detenemos para el almuerzo. La boca se me “hacía agua” cuando veo lo que me ofrece Catalina: Tajadas de plátano fritas acompañadas de queso ahumado y jugo de tamarindo. Adoro a esta mujer. Repuestos un poco proseguimos, pero de nuevo inclemente regresa la lluvia con mayor ímpetu. “Diluvia”, empapa, se detiene, recomienza. El bosque está sombrío con olor de vegetación y tierra mojada, me gusta. A mi paso sobre el caballo rompo telarañas tendidas entre los bordes del sendero, frágiles cual encajes. Oigo el grito de un ave que proviene de éste en el cielo, agua y más agua, monte y más monte y así llegamos al poblado El Quinó, al fin, es pequeño, sin embargo casi todas las casitas tienen a su frente instaladas paneles solares para la luz, una emisora de radio, pequeña iglesia, un ancho terreno verde donde pastan las vacas, corren los perros y cacarean las gallinas es a la vez la plaza donde se yergue sobre su pedestal granítico, el prócer Simón Bolívar.
Son las 5 de la tarde, pernoctamos en la posada “La Paraguita” de Anaelia y Teodoro Marquina con 2 niños pequeños muy despiertos. Caramelos y guayoyo nos obsequian. Aquí nos despedimos con nostalgia de la gentil pareja Alirio y Catalina quienes al día siguiente regresarán a su casa de El Carrizal, aprendimos a respetarlos y a quererlos por su delicada atención, bondad, cuidados y responsabilidad. Esperamos volver a verlos.  La cena fue tempranera y nos despedimos de Pelayo quien saldría muy temprano al otro día, ávido de conocer nuestros llanos. Me gustaría saber como le habrá ido. A dormir, caímos rendidas por las experiencias enervantes del día.
Apareció el baqueano que nos llevaría en la travesía de hoy. César, pequeño, delgado, nervioso y cordial con nuestras monturas ya listas. Iríamos con él hasta “Palo Quemao”, donde nos esperaría un vehículo rústico. Rosana y yo comenzamos a caminar con tiempo de cielo blanco, sin sol, atrás nos seguía César y los animales. Pasó por el camino un transporte a cuyo chofer que venía acompañando por otro señor y una joven (Los Turpialitos según supimos después, cantantes de la zona) le pedimos “una cola”, ya que veíamos muy largo y pantanoso el camino, con amabilidad consintieron y menos mal porque el camino no era largo, era super-largo. Casi 2 horas hasta llegar a un puente, este sitio señaliza la frontera entre los estados Mérida y Barinas. El río es muy fuerte y de corriente rápida tanto en inverno como en verano según me dicen, levanta remolinos de espuma con sordo rumor de rocas revueltas y es gracioso ver que bajo el puente de cemento de poco tiempo inaugurado, todavía se encuentra un puente de madera, colgante, todo lleno de lianas y vegetación, se usaba antiguamente.



Aquí nos bajamos del vehículo y esperamos a César que llegó al poco rato. El camino que nos esperaba ahora era pura subida, caminando me adelanté un poco a los otros, aunque cansón todo estaba sombreado, a un lado corre el río abajo en el barranco, al llegar a cierto punto done vi a un lugareño a quién le pedí agua, la mía estaba atrás con las mulas, me alcanzaron Rosana y César, entonces opté por montarme en la mula para proseguir la subida. Nos detuvimos a almorzar y posteriormente seguimos la subida, oímos a lo lejos y desde arriba una voz que nos llamaba, apuré a la mula y al final de la cuesta estaba un 4x4 estacionado esperándonos, acá nos despedimos de César y con gran alivio de mi parte subí al auto, tenía las piernas “tiesas” y el trasero insensible.

Rodamos por espacio de 3 horas hasta la ciudad de Socopó. Este trecho se puede hacer caminando pero tiene tráfico automotor y además no tiene sombra alguna, a la hora que transitábamos por allí el sol achicharraba a las piedras.
Socopó ciudad barinesa (suroeste del país)a 300 m de altitudes el piedemonte andino, zona de transición entre la Sierra Nevada y los Llanos Altos, cuya base económica es la agricultura es una “tierra de esperanza” como la llamó alguien, tiene mucho movimiento comercial, escuelas, hospital, clínicas privadas, plazas, jardines, iglesias, Terminal de buses. Nos llevaron a la posada María Eva, diferente a todas las demás, es un pequeño hotel citadino. Recibidas por la recepcionista, y más tarde por la administradora Ida Cira Molina, joven profesional que se está abriendo poco a poco al turismo, no tienen servicio de restaurante, lo que no fue problema alguno ya que Edgar nos llevó la cena, muy buena por cierto. Ella nos enseñó todas las áreas de recreación y esparcimiento. Todo muy original y bien mantenido.

Teníamos la tarde por delante y la aprovechamos para conocer los alrededores, la Plaza Bolívar, una heladería y hasta un Museo Antropológico que fue sorpresivo encontrar en una calle apartada. Gentilmente se nos abrieron las puertas por uno de los jóvenes comprometidos con este proyecto, él su hermano y otros muchachos de la ciudad se han dado a la tarea desinteresada de rescatar del fondo del lecho de algunos ríos, o desenterrando de sitios extraviados, piedras con petroglifos grabados, vasijas y artículos varios, muestras arqueológicas rupestres para luego limpiarlos, datarlos , guardarlos y exhibirlos en vitrinas especiales preservándolos en un pequeño museo instalado en una casa.  Que grande y loable trabajo ad honoren.
Nuestra habitación confortable en el hotel nos ayudó esa noche a un merecido descanso. En la mañana se presentó Edgar quien nos llevó a tomar un especial desayuno naturista.

La lluvia impidió que fuésemos, como lo habíamos planificado en la noche, a conocer las zonas arqueológicas cercanas. Así que paseamos un poco en el auto y luego convidamos a almorzar a Edgar, muy rica la comida al restaurante que nos recomendó. Llegaba la hora que teníamos que tomar el autobús, así que nos Edgar nos trasladó al Terminal.

Nuestro transporte llegó retrasado lo que hizo que llegáramos a Caracas a hora de madrugada, pero como nos fueron a buscar no hubo problema alguno. Nos despedimos somnolientas y felices.

Nos vemos en la próxima,

Relato: Edilia C. de Borges

Fotografías: Rosana Langerano

jueves, 24 de junio de 2010

El Delta del Orinoco

Junio 2010-06-22

El Delta del Orinoco es una gran puerta, por ella salen hacia el Océano Atlántico todas aquellas aguas convertidas en torbellinos, caños, cascadas, ríos, que muchos kilómetros atrás alimentaron al Gran Río, el Orinoco. El Delta es grande, muy grande en el mundo y se ubica en el estado Delta Amacuro, al norte del cauce principal del río Orinoco, el mas grande de Venezuela. La región deltaica es una llanura fluvial de reciente origen geológico formada principalmente por arcilla y limo cuya formación debió iniciarse al final de la Era Terciaria. El río Orinoco en su salida hacia el mar guarda la historia de la etnia Warao, sus mitos, su exquisita artesanía, su lenguaje, la vida de los criollos.
Es esta naturaleza avasallante la que en esta ocasión mi amiga Rosana y yo visitamos, queríamos conocer las aguas que sostienen un mundo, la vegetación y los animales que han persistido por siglos, queríamos contemplar la visión de la palma Moriche y el paisaje deltaico de un viajero que estuvo allí en 1839, el Padre José Gumilla quién dejó en sus manuscritos su percepción de esta tierra.

Es fácil llegar hasta allá desde Caracas, mi amiga y yo, armamos nuestros morrales viajeros y a las 5.30 p.m., ya estábamos sentadas en un autobús cómodo y rápido, que atravesando sin problemas varios estados de nuestra geografía, nos dejó muy de mañana en la ciudad de Maturín, capital del estado Monagas. Nos esperaba el señor Carlos González con su camioneta, aún siendo día laborable las calles a esa hora estaban con poca gente, me fue grato observar que éstas y la avenida por donde transitábamos estaban pulcras y bien cuidadas. Nos detuvimos en un café que apenas abría sus puertas, allí nos desayunamos. Mientras conducía el amable señor González nos iba señalando y describiendo todos los puntos de interés por donde pasábamos. Tomamos una vía fuera de la ciudad con destino al poblado de San José de Bujas* (*en warao significa mangle), es pequeño con una mezcla de población de criollos y waraos. Muchos niños uniformados iban hacia la escuela.

Saliendo de San José de Bujas, Edilia y Rosana

El río Guanipa corre por un lado al final del pueblo (donde termina la carretera) y sobre él un vetusto puente de concreto y cabillas que se está cayendo por uno de sus lados, debido a que sus cimientos han ido cediendo con el paso y crecida de las aguas y el terreno lodoso. Yace inclinado hacia un costado. Mientras le tomo una foto pienso: “Espero no se le ocurra desplomarse en este momento”. Estamos en el Caño Bujas, éste es el puerto, acá nos embarcaremos. Un “hasta luego” para el amigo González y subimos a una lancha blanca y grande, sin techo, con motor fuera de borda, a cargo un sonriente señor que con mucha paciencia respondería las muchas preguntas que durante el trayecto le hicimos.



Paisaje del Delta del Orinoco

Por fortuna nos habíamos embadurnado hasta el cabello con protector solar y nos cubrimos con sombrero y mangas largas, ya que el sol estaba fortísimo y su reflejo en el agua contribuía aún más. Navegamos alrededor de 2 ½ horas. El río es ancho, hay confluencia de corrientes y ramales, unos cruzan a los otros varias veces, son hermosos, largos y parecidos. El Delta va sedimentando nuevas playas, nuevas islas. Crece inexorablemente hacia el Atlántico. Nos encontramos con algunas canoas estrechas y largas. Pobladores waraos trasladan a sus hijos para la escuela, llevan y traen productos, mercancías. La compleja red fluvial que atravesamos generan islas pantanosas con poco terreno firme, donde se localizan grandes lagunas. El Lirio de Agua y La Bora destacan con profusión, el agua está fría y oscura. En las orillas, aisladas a veces o en reunión de 4 a 5, vemos las viviendas de los waraos sostenidas con altos troncos de árboles que se sumergen en el agua, la choza, sin paredes, sin puertas ni ventanas, al aire. Es una plataforma de madera sin pulir, virgen, techo de palma Temiche o en su lugar de Moriche, está abierta a la luz y al viento por todos lados, apenas una escalerita que baja hasta la canoa que está amarrada a ella y sobre el agua. Chinchorros de moriche cuelgan uno al lado del otro, pertenecen al núcleo familiar. Ollas negras de hollín y bateas de teca están en el piso apiladas, al lado de sacos con alimento (granos), piezas de ropa puestas al sol colorean el uniforme marrón oscuro donde se confunden, agua, vivienda y piel de sus habitantes. Los warao constituyen móviles pobladores. El indio cuando agota la zona donde se instala de cacería y peces, simplemente se muda dejando la choza atrás, otro la habitará probablemente.



Campamento

Distingo ya muy cerca un complejo de techos de palma y un muelle de madera. “Llegamos”, nos confirma el capitán. Este es el Campamento “Boca de Tigre”, el río desde aquí lleva el mismo nombre. Acerca la lancha a los escalones del muelle, el agua está a su nivel y solo queda dar un pequeño salto. Nos da la bienvenida el encargado, mientras gira instrucciones a una señora para que lleven nuestro equipaje y a nosotras a la habitación que nos han reservado. Cruzamos el pequeño y estrecho puentecillo y la frescura y sombra de los árboles sembrados por doquier nos refrescan, jardines con flores y palmas, se destaca un patio circular cuyo piso lo conforma un espiral de piedrecitas de varios colores, está inspirado en una artesanía warao. Amplios y ventilados corredores techados y pisos de madera. Las camas de nuestra habitación la protegen sendos mosquiteros, artesanía tejida warao adornan las apredes, un pequeño y completo baño. Todo aquí está fabricado con madera y palmas de la zona, hasta las pantallas de las lámparas. Hay una planta eléctrica, confortable comedor. En conjunto es acogedor y hospitalario, ventilado, confortable y plácido.



Comedor del Campamento

Luego de una bebida fría y un descanso, almorzamos con profusión culpable, pero fue todo tan delicioso que consideramos un pecado dejar algo en los platos. Después de otro merecido reposo subimos a la lancha con Denis (El Capitán) y el Catire Ramón (Guía warao), con ellos hicimos una hermosa excursión fluvial por los caños cercanos. Pudimos observar con interés el “fenómeno de la marea”: Cuando llegamos en la mañana el agua del río estaba al nivel del último escalón o sea en criollo “hasta los teque-teques”, pero ahora en cosa de 6 horas el agua ha bajado mucho. Nos explicaron que el fenómeno ocurría debido a la entrada de la marea proveniente del océano. Era curioso ver como “La Bora” en pequeños o grandes grupos pasaba hacia arriba y más tarde de vuelta hacia abajo según la cambiante corriente del río.


Flor del cacao de agua

Anclamos la lancha en un recodo retirado del río, semi-escondido entre la fronda, sin desembarcar asimos una vara larga con un guaral amarrado y a su final un anzuelo pequeño, el Catire colocó en él carnada de pollo, nos indicó como lanzar el anzuelo al agua y a pescar, amigos. Al rato Rosana ya sacaba una mediana presa, (rumié envidiosa: “Suerte de principiante”) una piraña hermosa y colorida de dientes afiladísimos, luego lo hizo el Catire, pero El Capi y yo frustrados no pescamos nada, decidimos devolver a agua los pescados y regresarnos al Campamento.

Comunidad warao

Se nos ofreció una sabrosa cena. El cielo era un pizarrón con puntos luminosos, Rosana identificó para nosotros algunas estrellas, contemplábamos la cinta líquida plateada, oyendo a veces el chapotear de las Toninas, pero al recordar que al siguiente día traería nuevas emociones nos fuimos a dormir.

Hemos realizado una muy interesante visita a una Comunidad warao, “Guanipa Morena II”donde vive la familia del Catire Ramón, cercana al campamento, son alrededor de 10 chozas que se comunican entre sí sobre el río por unos tablones de madera. Gente alegre y honrada, hospitalaria e ingenua. Defienden sus tradiciones musicales, culinarias (bola de plátano, bollo de catevía, de lau-lau (peces), primorosas artesanías (madera de teca, hilos de la hoja de moriche o de palma), chinchorros de moriche. Los niños querían fotografiarse, lo hicimos. Hablé con el padre de El Catire quien me enseñó a sacar las fibras a la hoja de moriche, él estaba sentado en el suelo y amasaba en una olla, harina para hacer arepas, me convidó a beber jugo de moriche, luego conversé con algunas mujeres, por señas ya que no nos entendíamos con palabras. Compramos algunas hermosas piezas de artesanía.


Artesanía warao
Otro día que esperábamos con gran ansiedad y curiosidad, caminaríamos por la selva. Embutimos nuestros pies y hasta la mitad de las piernas en sendas botas de goma, repelente a chorros por toda nuestra humanidad, sombreros y hasta guantes nos pusimos. Luego comprobaríamos que no estaba de mas. Mejor aún, fue un acierto. Denis nos llevó en la lancha río abajo, en alguna parte torcimos hacia la izquierda y nos introducimos por una abertura casi invisible entre aquella muralla de raíces de mangle rojo (Rhizophora mangle) árbol emblemático de la región, que crece profusamente por doquier, es un túnel vegetal donde casi no penetra el sol por lo tupido del follaje, palmas (Temiche, Palmito, Real), Cocoteros), gigantescos árboles de Teca con raíces impresionantes (con su corteza se hacen bellas tallas ornamentales), Cuajo, Seje, Yagrumo y Mangle, entre otros. El Catire machete y hacha en mano va adelante, el agua pantanosa, negra, llena de hojas y ramas caídas, raíces sumergidas, hace un sonido de “Ploff” cuando al pisar el pantano éste succiona nuestras botas y con esfuerzo las levantamos, calor sofocante, no hay brisa alguna, paredes vegetales oprimen el sendero que no vemos, telas de araña enormes, seguimos al guía.

Catire

Me columpio con unas largas lianas sobre un pantano (susto). Mil y una planta para fotografiar, pero los zancudos nos atosigan, se nos da de beber como agua, la savia de un tronco que corta El Catire, él da golpes con el hacha sobre las enormes raíces de la Teca, para demostrarnos el audible eco lejano que trasmite (si una se pierde puede avisar con este sonido donde está ). Se detiene ante el largo tronco caído de un Moriche, con el machete, descorteza un punto y escarba dentro de él para extraer un voluminoso y lustroso gusano que tiene adherido una bolsa amarilla de aceite, le quita ésta con los dedos y luego se lleva a la boca el vivo “pasapalo gusanoide”, ¡Canastos Verdes!, mi amiga y yo nos quedamos patitiesas y sin saber que responder cuando nos ofrece gentil, otro pequeño pasapalito. Con elegancia hipócrita declinamos la invitación a degustar tan exquisito manjar. El Catire nos brinda “in situ” diversa información sobre los atributos de esta palma, alimento, cobijo, artesanía, vestuario. También nos enseñó el Tirite ( lachnosrohon.sp) una planta asociada al mundo mitológico del warao, además que la utiliza para fabricar hermosas y variadas cestas (de la corteza del tallo). Seguimos recorriendo la selva. Todo aquí resplandece en húmedo verano como si Dios no hubiese terminado su creación. No puedo hablar del Delta con palabras, sino con emoción del alma.

Chenchenas

De vuelta en el río, al regreso tuvimos momentos mágicos. Un manatí emergió y sumergió dos veces en el agua a título de exhibición para nosotras. Un manchón rojo escarlata en el cielo se diluye en magníficos ejemplares de aves “Corocoras” que elegantes se posan en la orilla arenosa. Era propicia la hora. Un trío de juguetones delfines saltan a ratos en el agua. Vuela raudo un pequeño tucán, apenas vislumbramos el colorido pico. Un árbol alto y frondoso presta las ramas de su copa como albergue para monos aulladores, mientras a lo lejos oímos su ronco aullido gutural. Un pequeño Martín Pescador se sumerge rápido en el agua y sale con un pececillo en su pico, alza el vuelo.

Se acerca el final de al tarde, regresamos al Campamento.

Comunidad warao
Al día siguiente salimos muy temprano a navegar, la idea era de aprovechar la subida de la marea y llegarnos hasta Pedernales donde desemboca el río en el mar. A poco de navegar hubimos de buscar un refugio pronto, por fortuna había uno muy lejos. De repente el horizonte hacia donde navegábamos desapareció de nuestra vista, todo estaba cubierto por una espesa neblina, que en realidad no era tal, sino una cascada de lluvia, un torrencial aguacero que se acercaba muy rápido. El agua se agitaba furiosamente creando pequeñas olitas que chocaban contra la orilla del refugio, había una muy fría brisa. La furia de la naturaleza me asustó, el horizonte confundido con el cielo, todo nublado, gruesas gotas de agua caían con fuerza. Pero tan rápido como llegó igual se fue.

Corocoras
Ya lejos la lluvia volvimos a embarcarnos y continuar nuestro viaje hacia la desembocadura, en cierto momento estuvimos con el norte el mar, a la izquierda Tucupita y a la derecha Monagas, atrás Boca de Tigre. Navegábamos el río Mánamo, pasamos Boca de Bagre, isla Pedernales, la región del Morocoto, isla Mánamo. Pasamos de largo a Pedernales y seguimos al poblado de Capure a la orilla de Boca Pedernales (donde desemboca el río en el mar.)

Tucanes
Capure es un muy pequeño poblado, algunos de sus habitantes viven de la pesca pero en su mayoría muchos de los lugareños trabajan en las 2 plataformas petroleras que se encuentran cerca, ambas explotan yacimiento petroleros dentro del río, a veces el aire trae el olor fuerte del mineral. Recorrimos las 3 calles del poblado tomando fotografías mientras los lugareños nos observaban curiosos. Denis el Capitán, nos dio prisa para volver, se acercaba la hora de la subida de la marea y por experiencia nos explicó lo difícil y peligroso que se torna el mar cuando esto ocurre, forma violenta marejada , fuerzas diferentes mueven la embarcación con peligro de hundimiento.

Iglesia de Capure

Llegamos al Campamento sanas, salvas y hambrientas. Almorzamos y mientras arreglábamos el equipaje cayó otro fuerte chaparrón de agua, hubo que esperar que escampara para poder embarcarnos. El momento llegó aunque el cielo seguía encapotado, despedida de todos. Denis nos trasladó de nuevo al puerto de Bujas. Nos esperaba el amigo González y de nuevo en su camioneta nos llevó al Terminal de buses en el centro de Maturín, donde esperamos la hora de salida. Tuvimos un viaje de regreso tranquilo y a las 6.30 a.m., ya estábamos en Caracas.

Calle de Capure

Más que conocer un Campamento, conocimos un modo de vida en uno de los territorios todavía vírgenes en el planeta.

Nos vemos en la próxima.

Edilia C. de Borges

Fotografías: Rosana Langerano


lunes, 8 de febrero de 2010

La Vaquera y Masaguaral

Participantes: Miriam Langerano, Blanca Zerpa y Rosana Langerano. Guía: Hermann Capriles
Agosto 2007

La Vaquera (Vía Guardatinajas, Estado Guárico)

Pabones en el mercado de Calabozo

Palma llanera (Copernicia tectorum)

Blanca y Miriam en laguna de La Vaquera
Mochuelito de hoyo (Speotyto cunicubaria) en estantillo de la cerca de La Vaquera

Ganado en Masaguaral

Mariposa

Hoja de la Palma llanera

Nido experimental del periquito mastrantero (Forpus passerinus) en estantillo de la cerca de Masaguaral

Chenchena (Opisthocomus hoazin) en Masaguaral . Estas aves tienen en sus alas unas garras que representan rasgos evolutivos del Jurásico Superior

Babo (Caiman crocodylus) en Masaguaral

En Masaguaral se encuentra el zoocriadero del caimán del Orinoco (Crocodylus intermedius) una de las especies de cocodrilos mas grandes del mundo, llegando a alcanzar 7 metros de longitud los individuos adultos y que se encuentra en peligro de extinción.
Fotografías: Rosana Langerano

lunes, 27 de octubre de 2008

Río Caura y Salto Pará
Participantes: Edilia C. de Borges, Rosana Langerano, Lisandro Altuve, Ana de Altuve y Mariana Vasquez

Llegamos a “Las Trincheras” un caserío de la etnia indígena Yekuana o Maquiritare = “Hombres del río”, ubicado a orillas del río Caura, donde embarcaríamos en las curiaras., hacia el destino final: El Salto Pará. Razones imprevistas hicieron que tuviésemos que esperar allí mucho tiempo y no salir a la hora pre-fijada. Nuestra espera no se hizo tediosa, porque nos ubicamos en la playa del río, que aún no siendo muy atrayente, permitió que nos cobijásemos a la sombra de algunos raquíticos árboles
A descansar, leer, dormir, comer, mientras otros se bañaban en las aguas de color oscuro


Ya casi a las 3 de la tarde la alegría nos volvió al cuerpo, llegaron dos de las curiaras de nuestro traslado. La otra lo haría posteriormente. En una de ellas se colocó todo el equipaje y la otra la abordamos..Con un motor fuera de borda, rústicas, sin techo..Nosotros las hicimos cómodas con nuestro entusiasmo y curiosidad, la falta de techumbre la resolvimos con sombreros y gorras, el fuerte sol lo afrontaríamos pringados de cremas bloqueadoras.. Río arriba comenzó ahora verdaderamente nuestra anhelada ruta.
El Río Caura es el tercer río más grande de Venezuela, con longitud de 725 kms, tributario del río Orinoco, su cuenca se encuentra protegida por una gran reserva forestal (5 millones de hectáreas), bañando una selva tropical formada por bosques Primarios que en su mayoría permanecen vírgenes por no haber sido (afortunadamente hasta ahora) talados.


Boquiabiertos, absortos, gratamente admirados, nuestros ojos no alcanzan a captar toda la inmensidad del impresionante paisaje que nos rodeaba., ni aún con la ayuda de los binoculares. Las cámaras de fotografía y video no cesaban de tomar imágenes a diestra y siniestra, aprovechando el magnífico foco de luz que el refulgente sol nos enviaba. Allá era una Ceiba altísima, acá una “mata de cigueñas”, acullá el vuelo escandaloso de los loros, el elegante del gavilán, el certero y sorpresivo sumergirse del pájaro “Martín Pescador”, las sonrisas y los gestos alegres de nuestros compañeros, el rostro ceñudo y hermético de nuestro guía y motorista, ambos indios…


Navegamos así mucho tiempo, casi sin darnos cuenta el sol se retiró y en su lugar la señora luna hizo su magnífica sustitución..Luna llena que contribuyó todavía más al encanto de esos momentos..Pero la realidad se imponía y la prudencia tambíen. El río aunque en esos momentos no estaba “embravecido”, si llevaba un respetuoso caudal, su ancho es de bastantes metros y tiene “muchos rápidos”, no era cosa de tentar la suerte y en la oscuridad tener un encuentro cercano con una de las tantas rocas negras, enormes, graníticas, que emergen del río..
Así que sabiamente nuestro guía orilló las curiaras hasta un banco extenso de arena, “El Pescado” se llama el sitio, donde pasaríamos la noche..Los otros compañeros no llegaban. Mientras los esperábamos montamos las carpas, clavamos estacas para colgar los chinchorros, nos bañamos y preparamos para dormir..Llegaron, un percance en el motor de la curiara los retrasó.
El dormir fue un placer. Muchos lo hicimos a “cielo abierto”, en nuestros aislantes directamente sobre la caliente arena, arrullados por el rumor del río y bajo el dosel de un cielo estrellado y un faro brillante de luz lunar.


Temprano al día siguiente de nuevo en las curiaras , esta vez rumbo a “El Playón”, es un campamento levantado por los indios Yekuanas, hay churuatas donde dormir en chinchorros con mosquiteros provistos por ellos, cocina con fogón, electricidad con una planta que mantienen hasta altas horas de la noche, baño con aditamentos modernos de loza blanca, todo rústico pero limpio y acogedor. Amplias zonas para las carpas.
El rio acá forma muchas sitios que invitan a bañarse, no hay peligro de rápidos si una no es imprudente, hay que cuidarse de los “Tembladores” y las “Rayas” que se empeñan en nadar por las orillas..Mucha playa de arena donde tenderse a asolearse (aún más)…
Solamente tuvimos tiempo de dejar nuestras cosas, recoger agua, comida y todo lo que presumíamos íbamos a necesitar y de inmediato nuestro guía comenzó la caminata hacia el Gran Salto Pará…Una hora y 45 minutos fue la travesía desde el caserío hasta lo alto donde se encuentra el Salto...
Caminamos explorando aquella selva, oyendo el cantar de los pájaros, el bailotear de muchas mariposas. No es difícil, tiene cuestas suaves, muy pocas, la mayor distancia es semi-plana, pero se hace fatigosa por ser selva húmeda, el ejercicio y el calor extenuante nos hace sudar “riachuelos” de agua por todo el cuerpo.
Y cosa rara, afortunadamente lo teníamos previsto y avisado..Por el trayecto no hay agua, al menos en verano como ahora…Los cauces que atravesamos están secos…Para compensar la bellezura del entorno, es bravía...


Se termina el camino..en frente tenemos un área verde de corta grama natural..y luego amigos…Que impresión..La atracción máxima de la zona..El Gran Salto Pará.. Espectacular..El río se divide y desciende en 7 inmensos torrentes. Aún seco su volumen de agua impresiona, éste se incrementa en invierno mil veces. Viene de correr por un cañón que se abre en saltos alineados en forma de herradura de más o menos 60 metros de alto, islas verdes entre ellos, festoneados de lianas, densa bruma formada por la neblina de miles y miles de gotitas de agua que al viento esparce..El ruido de las aguas al caer es sonido acompañante del espectáculo asombroso que disfrutamos a lo máximo.. .

Tuvimos mucho tiempo de contemplación, de traerlo en nuestro recuerdo no solamente en la mente sino en imágenes..Nos bañamos en un pozo rodeados de piedras brillantes que nos masajeaban el cuerpo. Sentados en la húmeda y fragante hierba almorzamos...
Adquirimos preciosa artesanía que una pareja de Yekuanas ofrecía a precio irrisorio...

Pasado el tiempo desandamos el camino, con pesar, bajamos de nuevo hasta El Playón.
Era todavía muy temprano, terminamos la tarde aprovechando para bañarnos de nuevo en las tibias aguas de los muchos remansos.. Ya en la noche después de una cena espléndida, donde hubo hasta el deguste de un “Bagre” pescado por un amigo, luego de unas copitas de vino..abrimos el “garito” para jugar cartas, dominó y bingo..En éste último participaron algunos ávidos y curiosos indios…Pero no tuvieron suerte..Gané yo...

Al otro día ya era el de la partida..Con lentitud al despertarnos a la hora que quisimos, desayunamos y con parsimonia arreglamos nuestros morrales..Curioso..ahora las cosas que vinieron no cabían de regreso..Pero chapuceramente cupieron al fin..
A las 10 y media de la mañana dijimos adios a los lugareños que con tanta amabilidad y cortesía nos recibieron..Esta vez la travesía por el río con un sol inclemente de frente castigándonos, se vio mermada con la presentación del baile sinuoso de las “Toninas” (Delfín de río)..A veces sacando agua de la curiara que las olas que hacían los rápidos nos enviaban, bañándonos en cada oportunidad que el bote se detenía por algo (el calor era sofocante), con algunos altibajos de parte de los motores de todas las curiaras..nos vimos otra vez en “Las Trincheras”...


Allí tendidos en la arena de la playa, frente al río hubimos de esperar entre baños y descansos a que nos recogiera el transporte que nos llevó de nuevo a Ciudad Bolívar, donde llegamos a tiempo de desayunar en el Mercado Municipal..Fabuloso…Comprar dulces típicos de la región y compartir con la gente de la zona, cosa muy interesante.
Tomamos la consabidas fotos del Puente de Angostura.. sobre el río Orinoco y luego subimos al transporte que nos traería hasta Caracas..Esta vez, aún en contra de los augurios de los “profetas del desastre”, el regreso fue bastante rápido, una pequeña colita de autos, pero cosa nimia..En la capital estábamos antes de la 7 de la noche.
Muy buena excursión, aunque trabajosa en su logística por ser la primera vez que se hace..pero por supuesto será todavía mejor cuando regresemos de nuevo a esta maravillosa y privilegiada zona

Nos vemos en la próxima,


Edilia C. de Borges


Fotografías: Rosana Langerano