jueves, 24 de junio de 2010

El Delta del Orinoco

Junio 2010-06-22

El Delta del Orinoco es una gran puerta, por ella salen hacia el Océano Atlántico todas aquellas aguas convertidas en torbellinos, caños, cascadas, ríos, que muchos kilómetros atrás alimentaron al Gran Río, el Orinoco. El Delta es grande, muy grande en el mundo y se ubica en el estado Delta Amacuro, al norte del cauce principal del río Orinoco, el mas grande de Venezuela. La región deltaica es una llanura fluvial de reciente origen geológico formada principalmente por arcilla y limo cuya formación debió iniciarse al final de la Era Terciaria. El río Orinoco en su salida hacia el mar guarda la historia de la etnia Warao, sus mitos, su exquisita artesanía, su lenguaje, la vida de los criollos.
Es esta naturaleza avasallante la que en esta ocasión mi amiga Rosana y yo visitamos, queríamos conocer las aguas que sostienen un mundo, la vegetación y los animales que han persistido por siglos, queríamos contemplar la visión de la palma Moriche y el paisaje deltaico de un viajero que estuvo allí en 1839, el Padre José Gumilla quién dejó en sus manuscritos su percepción de esta tierra.

Es fácil llegar hasta allá desde Caracas, mi amiga y yo, armamos nuestros morrales viajeros y a las 5.30 p.m., ya estábamos sentadas en un autobús cómodo y rápido, que atravesando sin problemas varios estados de nuestra geografía, nos dejó muy de mañana en la ciudad de Maturín, capital del estado Monagas. Nos esperaba el señor Carlos González con su camioneta, aún siendo día laborable las calles a esa hora estaban con poca gente, me fue grato observar que éstas y la avenida por donde transitábamos estaban pulcras y bien cuidadas. Nos detuvimos en un café que apenas abría sus puertas, allí nos desayunamos. Mientras conducía el amable señor González nos iba señalando y describiendo todos los puntos de interés por donde pasábamos. Tomamos una vía fuera de la ciudad con destino al poblado de San José de Bujas* (*en warao significa mangle), es pequeño con una mezcla de población de criollos y waraos. Muchos niños uniformados iban hacia la escuela.

Saliendo de San José de Bujas, Edilia y Rosana

El río Guanipa corre por un lado al final del pueblo (donde termina la carretera) y sobre él un vetusto puente de concreto y cabillas que se está cayendo por uno de sus lados, debido a que sus cimientos han ido cediendo con el paso y crecida de las aguas y el terreno lodoso. Yace inclinado hacia un costado. Mientras le tomo una foto pienso: “Espero no se le ocurra desplomarse en este momento”. Estamos en el Caño Bujas, éste es el puerto, acá nos embarcaremos. Un “hasta luego” para el amigo González y subimos a una lancha blanca y grande, sin techo, con motor fuera de borda, a cargo un sonriente señor que con mucha paciencia respondería las muchas preguntas que durante el trayecto le hicimos.



Paisaje del Delta del Orinoco

Por fortuna nos habíamos embadurnado hasta el cabello con protector solar y nos cubrimos con sombrero y mangas largas, ya que el sol estaba fortísimo y su reflejo en el agua contribuía aún más. Navegamos alrededor de 2 ½ horas. El río es ancho, hay confluencia de corrientes y ramales, unos cruzan a los otros varias veces, son hermosos, largos y parecidos. El Delta va sedimentando nuevas playas, nuevas islas. Crece inexorablemente hacia el Atlántico. Nos encontramos con algunas canoas estrechas y largas. Pobladores waraos trasladan a sus hijos para la escuela, llevan y traen productos, mercancías. La compleja red fluvial que atravesamos generan islas pantanosas con poco terreno firme, donde se localizan grandes lagunas. El Lirio de Agua y La Bora destacan con profusión, el agua está fría y oscura. En las orillas, aisladas a veces o en reunión de 4 a 5, vemos las viviendas de los waraos sostenidas con altos troncos de árboles que se sumergen en el agua, la choza, sin paredes, sin puertas ni ventanas, al aire. Es una plataforma de madera sin pulir, virgen, techo de palma Temiche o en su lugar de Moriche, está abierta a la luz y al viento por todos lados, apenas una escalerita que baja hasta la canoa que está amarrada a ella y sobre el agua. Chinchorros de moriche cuelgan uno al lado del otro, pertenecen al núcleo familiar. Ollas negras de hollín y bateas de teca están en el piso apiladas, al lado de sacos con alimento (granos), piezas de ropa puestas al sol colorean el uniforme marrón oscuro donde se confunden, agua, vivienda y piel de sus habitantes. Los warao constituyen móviles pobladores. El indio cuando agota la zona donde se instala de cacería y peces, simplemente se muda dejando la choza atrás, otro la habitará probablemente.



Campamento

Distingo ya muy cerca un complejo de techos de palma y un muelle de madera. “Llegamos”, nos confirma el capitán. Este es el Campamento “Boca de Tigre”, el río desde aquí lleva el mismo nombre. Acerca la lancha a los escalones del muelle, el agua está a su nivel y solo queda dar un pequeño salto. Nos da la bienvenida el encargado, mientras gira instrucciones a una señora para que lleven nuestro equipaje y a nosotras a la habitación que nos han reservado. Cruzamos el pequeño y estrecho puentecillo y la frescura y sombra de los árboles sembrados por doquier nos refrescan, jardines con flores y palmas, se destaca un patio circular cuyo piso lo conforma un espiral de piedrecitas de varios colores, está inspirado en una artesanía warao. Amplios y ventilados corredores techados y pisos de madera. Las camas de nuestra habitación la protegen sendos mosquiteros, artesanía tejida warao adornan las apredes, un pequeño y completo baño. Todo aquí está fabricado con madera y palmas de la zona, hasta las pantallas de las lámparas. Hay una planta eléctrica, confortable comedor. En conjunto es acogedor y hospitalario, ventilado, confortable y plácido.



Comedor del Campamento

Luego de una bebida fría y un descanso, almorzamos con profusión culpable, pero fue todo tan delicioso que consideramos un pecado dejar algo en los platos. Después de otro merecido reposo subimos a la lancha con Denis (El Capitán) y el Catire Ramón (Guía warao), con ellos hicimos una hermosa excursión fluvial por los caños cercanos. Pudimos observar con interés el “fenómeno de la marea”: Cuando llegamos en la mañana el agua del río estaba al nivel del último escalón o sea en criollo “hasta los teque-teques”, pero ahora en cosa de 6 horas el agua ha bajado mucho. Nos explicaron que el fenómeno ocurría debido a la entrada de la marea proveniente del océano. Era curioso ver como “La Bora” en pequeños o grandes grupos pasaba hacia arriba y más tarde de vuelta hacia abajo según la cambiante corriente del río.


Flor del cacao de agua

Anclamos la lancha en un recodo retirado del río, semi-escondido entre la fronda, sin desembarcar asimos una vara larga con un guaral amarrado y a su final un anzuelo pequeño, el Catire colocó en él carnada de pollo, nos indicó como lanzar el anzuelo al agua y a pescar, amigos. Al rato Rosana ya sacaba una mediana presa, (rumié envidiosa: “Suerte de principiante”) una piraña hermosa y colorida de dientes afiladísimos, luego lo hizo el Catire, pero El Capi y yo frustrados no pescamos nada, decidimos devolver a agua los pescados y regresarnos al Campamento.

Comunidad warao

Se nos ofreció una sabrosa cena. El cielo era un pizarrón con puntos luminosos, Rosana identificó para nosotros algunas estrellas, contemplábamos la cinta líquida plateada, oyendo a veces el chapotear de las Toninas, pero al recordar que al siguiente día traería nuevas emociones nos fuimos a dormir.

Hemos realizado una muy interesante visita a una Comunidad warao, “Guanipa Morena II”donde vive la familia del Catire Ramón, cercana al campamento, son alrededor de 10 chozas que se comunican entre sí sobre el río por unos tablones de madera. Gente alegre y honrada, hospitalaria e ingenua. Defienden sus tradiciones musicales, culinarias (bola de plátano, bollo de catevía, de lau-lau (peces), primorosas artesanías (madera de teca, hilos de la hoja de moriche o de palma), chinchorros de moriche. Los niños querían fotografiarse, lo hicimos. Hablé con el padre de El Catire quien me enseñó a sacar las fibras a la hoja de moriche, él estaba sentado en el suelo y amasaba en una olla, harina para hacer arepas, me convidó a beber jugo de moriche, luego conversé con algunas mujeres, por señas ya que no nos entendíamos con palabras. Compramos algunas hermosas piezas de artesanía.


Artesanía warao
Otro día que esperábamos con gran ansiedad y curiosidad, caminaríamos por la selva. Embutimos nuestros pies y hasta la mitad de las piernas en sendas botas de goma, repelente a chorros por toda nuestra humanidad, sombreros y hasta guantes nos pusimos. Luego comprobaríamos que no estaba de mas. Mejor aún, fue un acierto. Denis nos llevó en la lancha río abajo, en alguna parte torcimos hacia la izquierda y nos introducimos por una abertura casi invisible entre aquella muralla de raíces de mangle rojo (Rhizophora mangle) árbol emblemático de la región, que crece profusamente por doquier, es un túnel vegetal donde casi no penetra el sol por lo tupido del follaje, palmas (Temiche, Palmito, Real), Cocoteros), gigantescos árboles de Teca con raíces impresionantes (con su corteza se hacen bellas tallas ornamentales), Cuajo, Seje, Yagrumo y Mangle, entre otros. El Catire machete y hacha en mano va adelante, el agua pantanosa, negra, llena de hojas y ramas caídas, raíces sumergidas, hace un sonido de “Ploff” cuando al pisar el pantano éste succiona nuestras botas y con esfuerzo las levantamos, calor sofocante, no hay brisa alguna, paredes vegetales oprimen el sendero que no vemos, telas de araña enormes, seguimos al guía.

Catire

Me columpio con unas largas lianas sobre un pantano (susto). Mil y una planta para fotografiar, pero los zancudos nos atosigan, se nos da de beber como agua, la savia de un tronco que corta El Catire, él da golpes con el hacha sobre las enormes raíces de la Teca, para demostrarnos el audible eco lejano que trasmite (si una se pierde puede avisar con este sonido donde está ). Se detiene ante el largo tronco caído de un Moriche, con el machete, descorteza un punto y escarba dentro de él para extraer un voluminoso y lustroso gusano que tiene adherido una bolsa amarilla de aceite, le quita ésta con los dedos y luego se lleva a la boca el vivo “pasapalo gusanoide”, ¡Canastos Verdes!, mi amiga y yo nos quedamos patitiesas y sin saber que responder cuando nos ofrece gentil, otro pequeño pasapalito. Con elegancia hipócrita declinamos la invitación a degustar tan exquisito manjar. El Catire nos brinda “in situ” diversa información sobre los atributos de esta palma, alimento, cobijo, artesanía, vestuario. También nos enseñó el Tirite ( lachnosrohon.sp) una planta asociada al mundo mitológico del warao, además que la utiliza para fabricar hermosas y variadas cestas (de la corteza del tallo). Seguimos recorriendo la selva. Todo aquí resplandece en húmedo verano como si Dios no hubiese terminado su creación. No puedo hablar del Delta con palabras, sino con emoción del alma.

Chenchenas

De vuelta en el río, al regreso tuvimos momentos mágicos. Un manatí emergió y sumergió dos veces en el agua a título de exhibición para nosotras. Un manchón rojo escarlata en el cielo se diluye en magníficos ejemplares de aves “Corocoras” que elegantes se posan en la orilla arenosa. Era propicia la hora. Un trío de juguetones delfines saltan a ratos en el agua. Vuela raudo un pequeño tucán, apenas vislumbramos el colorido pico. Un árbol alto y frondoso presta las ramas de su copa como albergue para monos aulladores, mientras a lo lejos oímos su ronco aullido gutural. Un pequeño Martín Pescador se sumerge rápido en el agua y sale con un pececillo en su pico, alza el vuelo.

Se acerca el final de al tarde, regresamos al Campamento.

Comunidad warao
Al día siguiente salimos muy temprano a navegar, la idea era de aprovechar la subida de la marea y llegarnos hasta Pedernales donde desemboca el río en el mar. A poco de navegar hubimos de buscar un refugio pronto, por fortuna había uno muy lejos. De repente el horizonte hacia donde navegábamos desapareció de nuestra vista, todo estaba cubierto por una espesa neblina, que en realidad no era tal, sino una cascada de lluvia, un torrencial aguacero que se acercaba muy rápido. El agua se agitaba furiosamente creando pequeñas olitas que chocaban contra la orilla del refugio, había una muy fría brisa. La furia de la naturaleza me asustó, el horizonte confundido con el cielo, todo nublado, gruesas gotas de agua caían con fuerza. Pero tan rápido como llegó igual se fue.

Corocoras
Ya lejos la lluvia volvimos a embarcarnos y continuar nuestro viaje hacia la desembocadura, en cierto momento estuvimos con el norte el mar, a la izquierda Tucupita y a la derecha Monagas, atrás Boca de Tigre. Navegábamos el río Mánamo, pasamos Boca de Bagre, isla Pedernales, la región del Morocoto, isla Mánamo. Pasamos de largo a Pedernales y seguimos al poblado de Capure a la orilla de Boca Pedernales (donde desemboca el río en el mar.)

Tucanes
Capure es un muy pequeño poblado, algunos de sus habitantes viven de la pesca pero en su mayoría muchos de los lugareños trabajan en las 2 plataformas petroleras que se encuentran cerca, ambas explotan yacimiento petroleros dentro del río, a veces el aire trae el olor fuerte del mineral. Recorrimos las 3 calles del poblado tomando fotografías mientras los lugareños nos observaban curiosos. Denis el Capitán, nos dio prisa para volver, se acercaba la hora de la subida de la marea y por experiencia nos explicó lo difícil y peligroso que se torna el mar cuando esto ocurre, forma violenta marejada , fuerzas diferentes mueven la embarcación con peligro de hundimiento.

Iglesia de Capure

Llegamos al Campamento sanas, salvas y hambrientas. Almorzamos y mientras arreglábamos el equipaje cayó otro fuerte chaparrón de agua, hubo que esperar que escampara para poder embarcarnos. El momento llegó aunque el cielo seguía encapotado, despedida de todos. Denis nos trasladó de nuevo al puerto de Bujas. Nos esperaba el amigo González y de nuevo en su camioneta nos llevó al Terminal de buses en el centro de Maturín, donde esperamos la hora de salida. Tuvimos un viaje de regreso tranquilo y a las 6.30 a.m., ya estábamos en Caracas.

Calle de Capure

Más que conocer un Campamento, conocimos un modo de vida en uno de los territorios todavía vírgenes en el planeta.

Nos vemos en la próxima.

Edilia C. de Borges

Fotografías: Rosana Langerano