sábado, 29 de octubre de 2011

CAMINO REAL DEL QUINÓ

Occidente de Venezuela, 1.625 m.s.n.m., clima agradable, brisa suave y el sol que comienza a calentar nos dan una sensación agradable por estar en un lugar diferente. Bajamos del autobús que fue nuestro transporte-dormitorio desde el día anterior a las 5.30 p.m. cuando salimos de Caracas hasta hoy a las 7.30 a.m. Estamos en el Terminal de buses de la ciudad de Mérida, estado Mérida. Ciudad de los Caballeros rodeada por los mas altos picos montañosos de la Cordillera Andina, fundada en 1.558 por Don Juan Rodríguez Suárez, donde se le dio el título de Libertador a Simón Bolívar y se le erigió el primer monumento.


Mi amiga Rosana y yo tenemos horas sin comer, un olor delicioso de café y de arepas nos impulsa a seguirlo hasta el restaurante cercano, con nuestro equipaje a cuesta llegamos hasta allí y disfrutamos con fruición de los deliciosos pastelitos andinos y el caliente café. A la mesa se acerca un joven señor tocado con un sombrero trenzado, respetuoso me pregunta. “¿Es usted. la señora Borges de Caracas? Y a mi vez le respondo ¿Cuál es su nombre? -Simple protección- responde y yo hago lo mismo, estamos identificados. Es José Alí Calderón el conductor que previa contratación nos trasladará desde aquí hasta el minúsculo poblado de Los Nevados. Sentadas en un 4x4 comenzamos nuestro periplo, no sin antes dar una larga mirada al frente, hacia arriba a la maravillosa cordillera que rodea a la ciudad como gigantescas murallas entre los mares y la salvaje Amazonía, distingo claramente las mágicas montañas de eterna primavera pero sólo una pequeña manchita blanca de la otrora llamada “nieve eterna”.
Se calcula llegar a destino tranquilamente sin apuro en unas 3.1/2 horas, son 66 k de carretera, la misma fue abierta a pico y pala por lugareños que tenían que en bestias trasladar sus productos al mercado, les dieron “una mano” la Guardia Nacional e Inparques., es sumamente angosta, con precipicios sin fin a un lado y ladera montañosa por otra, afortunadamente tiene poco tráfico, al encontrar otro vehículo uno de los dos con cortesía retrocede hasta un espacio más ancho para dar paso al otro.
Nos detenemos de nuevo en el “Mirador del Morro, 1.900 m., hay mucho que admirar y captar con nuestras cámaras, las casitas desperdigadas en la montaña parecen como colgadas en el vacío, al pasar por la aldea Mirchanchay una bella niña de rojas mejillas me saluda con la mano. Pasamos otro GP: “Mocas”, puedo ver que desde otro ángulo se desliza el río Nuestra Sra. Del Amparo. Observamos algunos hermosos árboles emblemáticos del estado, el Bucare ceibo (Erytrina Poeppigiana), muchas “Barbas de Palo” cuelgan de sus ramas como guedejas de grises cabellos.

Es la 1 del día, hemos llegado al pueblo Los Nevados, calle principal y otra adicional, iglesia, ambulatorio, escuela, policía y plaza, muchas posadas sencillas familiares, flores por doquier. Los vecinos nos miran y saludan curiosos y respetuosos, sus miradas nos siguen por donde pasamos, tomamos fotografías a todo porque vale la pena el recuerdo, mientras lo hacemos se baja el equipaje del carro y se alistan en mulas, en la plaza nos despedimos de José Alí y conocemos a nuestro baqueano y anfitrión el señor Alirio Castillo, que a su vez nos presenta a Pelayo, un muchazo rubio de piel roja quemada por el sol, es un “viajero mochilero” español que tuvo la curiosidad de llegarse hasta acá, nos pregunta si puede acompañarnos a lo que accedimos, siento orgullo de hacer ver tantas bellezas de nuestro territorio. Este pueblo está “encaramado” en la cima de una montaña, ahora bajamos de ella por un ancho camino áspero lleno de baches y piedras grandes y filosas, hay que apoyarse en el bastón para no caer, al rato llegamos al río rugiente y corrientoso, lo atravesamos por un puente de cemento y cabillas, luego comienza “la fiesta”, es un sin fin de cuestas una tras la otra, empinadas y soleadas.

El paisaje nos distrae. Flores de distinto color y formas, plantas, montañas, rincones umbríos que protegen un riachuelo, se escurren hilos de agua por entre las piedras. Comentando y fotografiando se nos pasa el tiempo sin darnos mucho cuenta de lo caminado. Ahora al frente vemos un hermoso prado extenso y verde, donde plácidamente se encuentran vacas y toros paciendo y de repente en mi mente aflora el recuerdo, claro ya estuve aquí hace unos 12 años atrás, es la hacienda El Carrizal, no sólo la estampa también ayuda a recordar el olor campesino de la bosta, de la leña quemada, de la hierba recién cortada. No encuentro muchos cambios, casi todo está igual desde hace tanto tiempo. Hasta tengo la información por parte de mi padre que somos parientes de esta gente, llevamos el mismo apellido secundario. En la puerta de la antiquísima casa nos recibe amables, Francisco Castillo, su esposa y la simpática Catalina la esposa de Alirio.

De inmediato nos llevan a nuestra habitación que más parece para un regimiento de lo grande que es, aquí dejamos los bártulos y proseguimos con la visita a las otras áreas, tal como lo recordaba el amplio patio interior que antes era de tierra y hoy está recubierto con mosaicos, rodeados de plantas y flores, el cuarto del altar presidido por un antiguo y muy hermoso cuadro de la Virgen del Carmen con la particularidad de que si la miramos a los ojos y caminamos ella parece seguirnos con su mirada, no se sabe el nombre del pintor, sólo que se trajo desde España en un barco algún día lejano.


¿Cómo llegó a esta hacienda?. Está sobre un altar con velas, rosarios, abalorios y flores todas ellas del mismo jardín casero, el recinto produce recogimiento interior por lo sagrado y religioso de las imágenes que están allí, también de cuando en vez un cura dice misa, cuando pasa por estos lares. La casa tiene 16 habitaciones, pero ahora pasamos por una que cuando estuve antes me daba terror atravesar y hoy también me lo produce, porque es oscuro y tenebroso, tiene dos puertas enfrentadas y allí hay varios grandes baúles de cuero, madera y hierro muy antiguos que se utilizan para guardar avíos y granos. En esta visita actual cuando tengo que pasar por allí para llegar a la cocina llamo a Rosana para que me acompañe y lo hacemos corriendo. ¡Susto!

Luego de un reparador descanso en la mañana siguiente el olor de las arepas me llevó derechito a la cocina, aplanadas, redondas, blancas y grandes untadas con mantequilla pronto desaparecieron de los platos. Mientras afuera se organizaban el bastimento y todo lo que se necesitaría para nuestra primera travesía. Listos, nos fotografiamos con la familia y nuevos amigos, abrazos y “hasta la próxima”, dejamos a los esposos Castillo padres, en su casa. Con nosotros viene ahora Catalina y dos señores más que luego tomarían otro camino, 2 burritos de carga, a uno de ellos sin nombre lo bauticé “Bombón”, una mula y el caballo Nevado, Alirio, Rosana, Pelayo y yo integramos la comitiva.
El camino es arduo, largo, pesado, la altitud enrarece el aire y me fatiga, caminamos despacio. Que paisajes tan bellos, distingo los picos de El León y del Toro que pronto borra la neblina, abras, cañadas, un águila volando suave, vegetación paramera con Coloraditos, gramíneas y frailejón. Terminada la cuesta pedregosa, subimos a los animales y ahora tengo una visión diferente de lo que me rodea, es más amplia y lejana desde la altura del animal.
Hemos caminado horas sin parar, hace hambre. Nos detenemos en un paraje despejado y propicio, se liberan las bestias para que pasten y Catalina saca de su “mágica busaca” alimentos gloriosos que devoramos de inmediato, queso ahumado en casa que manjar.
Ya pasamos el punto más alto de este páramo, la altitud fue de 3.800 m.s.n.m. De nuevo proseguimos el largo camino, empieza hacer frío sabroso, jirones de neblina pasan sobre nuestras humanidades. Me doy cuenta que ahora comienza a cambiar la vegetación, veo árboles de Pardillo, Ceiba, bromelias, orquídeas, el suelo está más húmedo, nos rodea una fronda apretada, una mariposa azul, trinar de pájaros, el camino se estrecha en sendero y al final veo una zona verde y despejada.

Atravesamos el páramo Don Pedro en la Sierra Nevada y ahora hemos llegado a “Boca e´monte”. Aquí hay un refugio construido por Alirio hace mucho tiempo, es una construcción básica, con un espacio para la mesa rústica, asientos son árboles cortados, fogón de leña y habitación de troncos con un espacio libre y techado para colocar las carpas, tanto nosotras como Pelayo preferimos colocar las nuestras al aire libre, con la intención de poder mirar el cielo estrellado en la noche. Lo que no pudo ser porque llovió toda la noche y siguió lloviendo todo el día siguiente.  Luego del desayuno continúa la lluvia, nos colocamos los impermeables y se protegieron los bártulos, a comenzar la caminata de nuevo, ésta será a cálculo de Alirio alrededor de 7 horas.
Nos adentramos por el sendero entrando al bosque húmedo nublado tropical, las hojas de los árboles lloran con las gotas de rocío y de lluvia junto, todo está brilloso y resplandeciente, hay vida palpitando entre el variado follaje. Una brisa helada acompañada de la neblina que asciende desde la base de la montaña nos rodea, pero caminando y protegidas no nos interrumpe el paso y la felicidad de estar allí, en ese momento. Nuestros ojos relucen y resplandecen  con el regalo que la naturaleza nos ofrece. Cruzamos el bosque colmado de silencio, fría brisa y naturaleza prístina. Junto con los expertos baqueanos Catalina y Alirio y la ayuda generosa de Pelayo, nuestra aventura nos permite valorar la ecología andina, superar nuestro reto.
El ojo y oído atento y las manos prestas a impedir cualquier accidente, llevando a nuestras bestias de la brida, permiten que mi amiga y yo cabalguemos confiadas por aquél sendero resbaloso de mojadas y desiguales piedras, aunque a veces a alguna se nos escape un grito o un rictus angustiado en la cara, cuando el bendito animal salta un escalón o un obstáculo que hace que nos rodemos en la silla hacia delante o al contrario cuando se empuja para subir una cuesta empinada, rodamos hacia atrás. Las manos de ambas están rojas por la fuerza con que nos agarramos a la montura y al freno. Mi “asentadero” duele con tanto bamboleo. La lluvia se intensifica, cae con fuerza y el sendero es un río de agua pantanosa que corre hacia abajo, las hojas de los árboles al tropezarlas se sacuden sobre mi humanidad, pero aún así no tengo miedo la mano firme de Catalina lleva la brida y con un seco movimiento de ella, hace caminar firme a “Nevado”. Esta vivencia única y diferente me hace sentir cual una “amazona” en su corcel.
Al fin para la lluvia y nos detenemos para el almuerzo. La boca se me “hacía agua” cuando veo lo que me ofrece Catalina: Tajadas de plátano fritas acompañadas de queso ahumado y jugo de tamarindo. Adoro a esta mujer. Repuestos un poco proseguimos, pero de nuevo inclemente regresa la lluvia con mayor ímpetu. “Diluvia”, empapa, se detiene, recomienza. El bosque está sombrío con olor de vegetación y tierra mojada, me gusta. A mi paso sobre el caballo rompo telarañas tendidas entre los bordes del sendero, frágiles cual encajes. Oigo el grito de un ave que proviene de éste en el cielo, agua y más agua, monte y más monte y así llegamos al poblado El Quinó, al fin, es pequeño, sin embargo casi todas las casitas tienen a su frente instaladas paneles solares para la luz, una emisora de radio, pequeña iglesia, un ancho terreno verde donde pastan las vacas, corren los perros y cacarean las gallinas es a la vez la plaza donde se yergue sobre su pedestal granítico, el prócer Simón Bolívar.
Son las 5 de la tarde, pernoctamos en la posada “La Paraguita” de Anaelia y Teodoro Marquina con 2 niños pequeños muy despiertos. Caramelos y guayoyo nos obsequian. Aquí nos despedimos con nostalgia de la gentil pareja Alirio y Catalina quienes al día siguiente regresarán a su casa de El Carrizal, aprendimos a respetarlos y a quererlos por su delicada atención, bondad, cuidados y responsabilidad. Esperamos volver a verlos.  La cena fue tempranera y nos despedimos de Pelayo quien saldría muy temprano al otro día, ávido de conocer nuestros llanos. Me gustaría saber como le habrá ido. A dormir, caímos rendidas por las experiencias enervantes del día.
Apareció el baqueano que nos llevaría en la travesía de hoy. César, pequeño, delgado, nervioso y cordial con nuestras monturas ya listas. Iríamos con él hasta “Palo Quemao”, donde nos esperaría un vehículo rústico. Rosana y yo comenzamos a caminar con tiempo de cielo blanco, sin sol, atrás nos seguía César y los animales. Pasó por el camino un transporte a cuyo chofer que venía acompañando por otro señor y una joven (Los Turpialitos según supimos después, cantantes de la zona) le pedimos “una cola”, ya que veíamos muy largo y pantanoso el camino, con amabilidad consintieron y menos mal porque el camino no era largo, era super-largo. Casi 2 horas hasta llegar a un puente, este sitio señaliza la frontera entre los estados Mérida y Barinas. El río es muy fuerte y de corriente rápida tanto en inverno como en verano según me dicen, levanta remolinos de espuma con sordo rumor de rocas revueltas y es gracioso ver que bajo el puente de cemento de poco tiempo inaugurado, todavía se encuentra un puente de madera, colgante, todo lleno de lianas y vegetación, se usaba antiguamente.



Aquí nos bajamos del vehículo y esperamos a César que llegó al poco rato. El camino que nos esperaba ahora era pura subida, caminando me adelanté un poco a los otros, aunque cansón todo estaba sombreado, a un lado corre el río abajo en el barranco, al llegar a cierto punto done vi a un lugareño a quién le pedí agua, la mía estaba atrás con las mulas, me alcanzaron Rosana y César, entonces opté por montarme en la mula para proseguir la subida. Nos detuvimos a almorzar y posteriormente seguimos la subida, oímos a lo lejos y desde arriba una voz que nos llamaba, apuré a la mula y al final de la cuesta estaba un 4x4 estacionado esperándonos, acá nos despedimos de César y con gran alivio de mi parte subí al auto, tenía las piernas “tiesas” y el trasero insensible.

Rodamos por espacio de 3 horas hasta la ciudad de Socopó. Este trecho se puede hacer caminando pero tiene tráfico automotor y además no tiene sombra alguna, a la hora que transitábamos por allí el sol achicharraba a las piedras.
Socopó ciudad barinesa (suroeste del país)a 300 m de altitudes el piedemonte andino, zona de transición entre la Sierra Nevada y los Llanos Altos, cuya base económica es la agricultura es una “tierra de esperanza” como la llamó alguien, tiene mucho movimiento comercial, escuelas, hospital, clínicas privadas, plazas, jardines, iglesias, Terminal de buses. Nos llevaron a la posada María Eva, diferente a todas las demás, es un pequeño hotel citadino. Recibidas por la recepcionista, y más tarde por la administradora Ida Cira Molina, joven profesional que se está abriendo poco a poco al turismo, no tienen servicio de restaurante, lo que no fue problema alguno ya que Edgar nos llevó la cena, muy buena por cierto. Ella nos enseñó todas las áreas de recreación y esparcimiento. Todo muy original y bien mantenido.

Teníamos la tarde por delante y la aprovechamos para conocer los alrededores, la Plaza Bolívar, una heladería y hasta un Museo Antropológico que fue sorpresivo encontrar en una calle apartada. Gentilmente se nos abrieron las puertas por uno de los jóvenes comprometidos con este proyecto, él su hermano y otros muchachos de la ciudad se han dado a la tarea desinteresada de rescatar del fondo del lecho de algunos ríos, o desenterrando de sitios extraviados, piedras con petroglifos grabados, vasijas y artículos varios, muestras arqueológicas rupestres para luego limpiarlos, datarlos , guardarlos y exhibirlos en vitrinas especiales preservándolos en un pequeño museo instalado en una casa.  Que grande y loable trabajo ad honoren.
Nuestra habitación confortable en el hotel nos ayudó esa noche a un merecido descanso. En la mañana se presentó Edgar quien nos llevó a tomar un especial desayuno naturista.

La lluvia impidió que fuésemos, como lo habíamos planificado en la noche, a conocer las zonas arqueológicas cercanas. Así que paseamos un poco en el auto y luego convidamos a almorzar a Edgar, muy rica la comida al restaurante que nos recomendó. Llegaba la hora que teníamos que tomar el autobús, así que nos Edgar nos trasladó al Terminal.

Nuestro transporte llegó retrasado lo que hizo que llegáramos a Caracas a hora de madrugada, pero como nos fueron a buscar no hubo problema alguno. Nos despedimos somnolientas y felices.

Nos vemos en la próxima,

Relato: Edilia C. de Borges

Fotografías: Rosana Langerano

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