jueves, 4 de septiembre de 2008


La Laguna del Hoyo



Diciembre 2007



Hola amigos todos, les cuento:
Viajar al estado Mérida siempre es placentero más aún si el viaje lleva el objetivo de caminar por sus páramos y conocer una nueva ruta, con todo y las sorpresas que ello acarrea, además de re-encontrarnos con los siempre hermosos y cambiantes paisajes y la gentileza de sus habitantes.
Mis amigas y yo con un organizado y previsto itinerario decidimos irnos entonces para conocer la Laguna del Hoyo, situada en estribaciones de nuestra Sierra Nevada.
Al llegar a la ciudad de los caballeros, ya nos esperaba un transporte contratado, la camioneta de doble tracción nos llevó entonces desde el Terminal de buses hasta el sector de Escagüey con una distancia en tiempo de 50 minutos.
Lamentablemente me di cuenta que el interior del país no se diferencia mucho del mal de la capital, porque una larga cola de vehículos retrasó nuestra llegada al destino.

Una muy hermosa y elegante posada, decorada con exquisito gusto y sumamente agradable por ofrecer calor de hogar, situada en las afueras de la ciudad, privilegiada por estar situada en lo alto de una extensa colina a la entrada de la intrincada montaña, una de tantas que
circunda a Mérida, desde allí se divisan claramente los valles cultivados a su alrededor.





En razón al retardo en que incurrimos no pudimos hacer la caminata que teníamos prevista, así que una vez registradas en la recepción y asearnos un poco en la habitación que nos asignaron, dejamos nuestros equipajes y nos fuimos a recorrer los alrededores y almorzar. Bajo una lluvia muy fina caminamos bajando la colina hasta llegar a la carretera, donde a unos pocos kilómetros encontramos un restoran que nos habían recomendado. Muy bien atendidos por los gentiles anfitriones degustamos una sabrosa comida típica de la región en un ambiente familiar y rodeadas de flores y jardines por todas partes.
Mientras nos servían mis amigas se “volvieron locas” primero con un gordo gato doméstico y negro de mirada implorante retadora y después con un cachorrito pequeño y juguetón, que cual una mota de pelo blanco, con sus gracias se ganó la sensibilidad de ellas, al respecto hice “mutis”, no me agradan tanto los animalitos, conservo la distancia. Salimos ahítas de allí y para bajar la comidita hicimos un recorrido primero por algunas tiendas de variada artesanía, luego la Casa del Ponche, donde probamos varias mezclas del mismo: afrodisíaco, de canela, de mistela y otros, quedándonos con el tradicional de canela y comprando una botella, nos dieron sendos vasitos plásticos y fuimos bebiendo para contrarrestar el friíto, visitamos también La Casita de la miel donde venden productos de la abeja, además de polen. Proseguimos luego por senderos fuera de la carretera sin perder el norte, subimos y bajamos y nos internamos por un camino medio plano, muy fresco por la profusión de flora de la región, líquenes y musgos hasta llegar a un puentecito desde donde nos devolvimos ya empezaba a oscurecer y el frío comienza a sentirse.

Ya en el acogedor salón de la posada, provisto de libros, revistas, cuadros y obras de arte, mientras esperábamos la cena hicimos una muy amena tertulia. Luego nos retiramos a nuestra habitación donde reanudamos nuestra conversación al calor de tragos del ponche que todavía quedaba.
Al día siguiente a las 8.30 ya rodábamos en la camioneta, incluyendo el guía contratado rumbo al páramo, el vehículo de doble tracción recorrió una angosta carreterita, que algunas veces daba vértigo mirar hacia los lados, por la altura donde íbamos.
Al término de esta vía llegamos a un amplio sector plano rodeado por montañas, nos bajamos porque desde allí caminaríamos hacia nuestra meta. Nos despedimos del chofer hasta la tarde y siguiendo al guía comenzamos a caminar con temperatura de -18 y un tiempo despejado, lentamente por el serpenteante sendero el agreste paisaje que adelantamos era de una imponente belleza, a lo lejos distinguimos una caída de agua que refulgía entre las negras rocas.




Vacas, toros , caballos y mulas pastaban por doquier a su libre albedrío indiferente a nuestro paso, aunque para ser sincera yo me “moría” cuando tenía que pasar al lado del toro con unos cuernos afilados de longitud considerable, en esos momentos me le “pegaba” al guía cual garrapata.
Subimos todo el tiempo impulsados por la magnética atracción que nos ejercía la maravillosa vista, las montañas tenían un tinte azulado por la neblina que poco a poco se les iba retirando, hondonadas donde se escondían manantiales, riachuelos sonoros y cristalinos se precipitaba con fuerza entre las piedras por inclinados flancos del terreno.
Frailejones no florecidos, arbolitos “Colorados” se levantan por las orillas. A algunos todavía les brilla la escarcha de la noche.


A intervalos se alzaba en un montículo una blanca cruz de madera con la que los lugareños católicos señalizan el periplo de “El calvario” en la semana santa. Como era la primera vez que transitábamos esa ruta, íbamos muy atentos para captar los innumerables y preciosos paisajes. El buen tiempo reinante favorecía nuestros deseos para captar en imágenes fotográficas lo que se nos ofrecía. Calmadamente atravesamos varias “ventanas” en las abras de algunas altas colinas, ya en la última cruz que conseguimos, detrás de ella una secuencia de enormes piedras escondía el caminito que haciendo un alto de repente
me llevó enfrente de la laguna que buscábamos:”La Laguna del hoyo” y tiene muy bien puesto el nombre porque está en un hueco u hoyo encerrada por todos lados excepto por donde estábamos nosotros.


Es un sitio encantador, caí bajo el hechizo del bellísimo panorama y me senté en la roca en estado contemplativo, mientras mis acompañantes iban de un lado al otro tomando fotografías. El fondo de las aguas en algunas partes se traslucía viéndose su lecho cuajado de piedrecitas y guijarros y en otras era oscuro supongo que debido a la profundidad, no es tan grande como la Laguna del Santo Cristo, pero su tamaño es respetable, a sus orillas el romerito paramero y los frailejones realzan el paisaje.



Nos sentamos un buen rato allí aprovechando para merendar, hasta que la voz del guía nos trajo a la realidad recordándonos la hora, debíamos devolvernos porque el chofer nos esperaba a una hora que ya se acercaba.
Con paso más rápido desandamos el camino de piedras de todos tamaños y formas. Una vez en el plano subimos a la camioneta. Volvimos a la posada a recoger el equipaje y despedirnos de los gentiles anfitriones y de nuevo en el Terminal de buses cómodamente esperamos la salida del nuestro hacia Caracas donde llegamos al día siguiente muy temprano y sin contratiempos, trayéndonos el recuerdo del dulce sabor experimentad de una nueva vivencia en los páramos andinos.

Nos vemos en la próxima,

Edilia C. de Borges
Fotografías: Rosana Langerano

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