jueves, 7 de agosto de 2008

El Lago Guanoco



Participantes. Rosana Langerano, Thamara Gutiérrez Daniel Müller (guía), El Mocho Gregorio (baqueano), Silverio y Pablito (porteadores) Bochinche (el burrito) y Globo (el perrito).

En cada viaje que realizo, siempre encuentro alguna persona que conoce sitios olvidados por el tiempo. Según como me “lo pinten” de interesante captan mi atención aventurera y curiosa. Esta vez la palabra clave fue “Guanoco”, mientras oía a Daniel explayarse, sonó un tilín en mi mente y la vergüenza afloró en mi rostro. Claro, cuando allá por el “año de la pera” estudié 6º grado, en la materia Geografía, la maestra habló del “Lago de asfalto Guanoco” como el más extenso del mundo, ubicado al oriente el país, en su extremo sur, en el Municipio Benítez. Y “aunque Ud. no lo crea”, hoy sigue siendo el más grande del mundo en reservas (estimadas) en más de 75 millones de barriles y una extensión de 4 Km2. Recordé que había leído que a principio del siglo XX fue explotado por una empresa estadounidense, la New York & Bermúdez Company, y el producto utilizado pavimentó calles de New York y otras ciudades de Estados Unidos. Cesó la explotación en el año 1934, pero eso es otra historia.

Así que a mi cuento: No me costó mucho contagiar mi entusiasmo a mis compañeras de aventuras, así que nos pusimos “manos a la obra” para organizar el viaje: verificar fechas, transportes, horarios, bártulos y enseres. La ruta era problema de mis contactos con baqueanos y guía.

Salimos el viernes en la noche. Fabuloso el recorrido Caracas-Carúpano, por ser temporada baja había poca afluencia de pasajeros y mayor organización en el Terminal de autobuses. Con bastante comodidad saliendo a las 8:30 pm a las 9 horas ya estábamos en Carúpano. Apenas las 5:30 a.m., nos quedamos sentadas en el Terminal y las primeras clientas que tuvo la vendedora de café y empanadas de cazón o chorizo, fuimos nosotras. Ya a una hora más decente, tomamos un taxi que pasando por el pueblo de El Rincón y El Pilar, nos llevó al sector Guarúno, donde vive Daniel, nuestro guía. A el todavía le faltaba hacer unos arreglos, así que lo esperamos descansando en los chinchorros. Almorzamos en el restaurante de “La Negra”, donde nos sirvieron carne de búfalo y jugo de parcha. En un camión turístico (la cabina tiene adosada un espacio con cómodos bancos fijos acolchados y espacios abiertos), “arrancamos” a hacia nuestro objetivo: el pueblo “Las Cañas”, tomando una ancha carretera al principio asfaltada y luego de tierra (la están arreglando precisamente). Horrible si delante nuestro va otro vehículo, porque levanta una polvareda que nos “baña” de polvo asfixiante. El recorrido zarandeando entre pedruzcos y baches no se hace monótono nunca, la vegetación se mantiene verde y lozana y es una alegría ver tantas palmas, flores y árboles llenos de vida. Riachuelos con poca agua, aún en ésta sequía. Como también es desaliento ver las casas tristes de los vecinos, rodeadas de basura y escombros que ellos mismos producen. A lo lejos, muy a lejos, la “Serranía de La Paloma”, apenas visible porque el humo de los incendios, la calina y la reverberación del calor lo impiden. A sus pies una amplia y también difuminada sabana. Un paisaje hermoso a pesar de todo.

En una de las curvas del camino, me sorprendo al ver brillar las aguas de un Caño, se llama “Ajíes” cerca de un caserío también de ese nombre. Se destacan árboles florecidos de Bucare, Araguaneyes y Cedro dulce (primera vez que lo veo), se trata de un alto árbol, en al copa se juntan las ramas y encima de ellas las flores, de color morado. Existen muchos en el camino.

Pasadas unas 2.30 horas llegamos al decaído pueblo de Guariquén. Lo usual: una calle polvorienta principal, la plaza, la estatua del prócer, la iglesia (visitada por el cura cada 15 días), escuela, bodega, expendio de medicinas y no vi ni ambulatorio, ni cementerio. Caño Guariquén.

Antaño sus habitantes sólo fueron indios wuaraos, que cazaban, pescaban y trabajaban artesanías, hoy esa cultura se perdió, apenas uno que otro realiza tejidos no muy llamativos, los demás pasan el tiempo jugando dominó y bebiendo licor. Que pena. Llegamos allí a mediados del mediodía, al frente de la calle principal., se ve una laguna bastante grande y de aguas turbias, con un angosto embarcadero, lanchas y canoas amarradas apostes y meciéndose al vaivén de las olas, todo un espectáculo para tomarle fotos al rojizo atardecer.

Este caño presenta un fenómeno natural cada 6 horas con ½ h. de intervalo, la marea, y el agua se retira 200 metros dejando al descubierto su fondo, un pantano marrón. Se ven los pontones del embarcadero hasta su base, y las lanchas y canoas recostadas en el barro. Es espectacular y extraño este suceso, porque no solamente alcanza a este caño, sino también al Caño Ajíes bastante distante. Los lugareños y pescadores que se trasladan por él de una a otra orilla, deben estar “ojo avizor” y pendientes del tiempo, porque puede ocurrir y ha pasado que queden varados en el fango.

Nos quedamos esa primera noche en la casa de Zoraida “La Linda”, quien gentilmente nos cedió el espacio del patio para colocar nuestras carpas y colgar los chinchorros, con el calor sofocante que llegó a 33º C, opté por dormir en chinchorro, el viento que sopló en la madrugada se llevó a la plaga. Una cena copiosa a la que no pude hacer honor porque sirvieron pato, nos fue ofrecida. La noche transcurrió placidamente hasta las 3 de la mañana, cuando un “simpático gallo” (casi lo ahorco) comenzó a cantar en intervalos de 1 hora (lo cronometré), hasta que amaneció.

Eran las 8:00 a.m., nosotras acompañadas del baqueano con su burrito “Bochinche” y del perro “Globo”, porteadores y guía comenzamos a caminar. Salimos del pueblo y tomamos “la trocha” o camino de tierra, al llegar a cierto punto nos separamos, dejando que Bochinche y acompañantes siguieran por allí, con muchas subidas y bajadas. Para evitarlas, a nosotras el “El mocho Gregorio” por otro sendero nos internó en el bosque. Daniel, Pablito (quien de todo sacaba un hilarante chiste), Silverio (un andino importado). Todos armados con chopos, machete y hasta un revólver, como protección por la sorpresiva presencia de algún felino u otro animal y también para cazar. De hecho nos encontramos con 2 cazadores que habían abatido a dos jóvenes machos (lamentable, no se les ocurre pensar que esa acción, sólo acarrea la extinción del animal), pero es su costumbre, cazar para comer. En éste bosque húmedo tropical abunda la fauna, entre otros viven allí lapas, dantas, venados, pumas, tigres, jaguares, chigüires (casi extintos) morrocoyes, cachicamos, monos araguatos, cuchi-cuchi, puerco espín, numerosas aves: 5 especies diferentes de colibríes, tucán. Se oyen trinos, cantos de pájaros, sonidos guturales y ásperos, todo un concierto heterogéneo de sonidos y la vista se deleita con las flores, helechos arborescentes, palmas, heliconias, marantáceas, orquídeas y bromelias. También decepcionantes colinas negras, quemadas por el campesino para hacer “conucos”.

A veces caminamos por lechos secos de ríos sorteando o subiendo sus piedras, uno que otro pozo de agua alimentado por un hilito delgado del riachuelo, que al escurrirse dejaban un sitio barroso.

Cerca de nuestro destino conseguimos un rico manantial de agua límpida y fresca, donde nos aprovisionamos. El calor aplastante y la humedad reinante nos “aplastan”. La alta temperatura merma mis fuerzas, hay que hidratarse constantemente.


Pasadas alrededor de 1 ½ horas, entramos de pleno en una hacienda de cacao. Todo fresco, los árboles se alzan entre el denso follaje y se ven los frutos rojizos que me recuerda los versos de Andrés Bello: “…Que entre urnas de coral emerge la almendra...”. Nuestro cacao criollo “Theobrona cacao”, alcanzó un digno prestigio cuando fue llevado a Europa en el siglo XVII. Mis botas revuelven la gruesa hojarasca que recubre el suelo, cruje y se arremolina al pisar. Vemos grandes desjuyaderos donde se amontona el fruto cortado, allí pasarán 2 días antes de ser trasladado, para el total secado.

Salimos de la hacienda, ya habían pasado 2 ½ horas de nuestra salida de Guariquén y llegamos a la “Oficina Cirina” como denominan por allá a la antigua hacienda Cirina, su dueño Valentín Figueres la abandonó hace mucho tiempo. Apenas un desvencijado y oscuro cuarto, 2 “catres”, un mugriento mosquitero, un par de botas de hule, algunas ropas usadas y amontonadas, algunas provisiones, muy pocas y unos 8 chopos listos par ser usados al lado de una caja con municiones. Afuera un espacio reducido con un fogón de leña, como cocina, una destartalada mesa de vieja madera, unos tocones de cortados árboles como asiento. Hacia fuera unos tablones polvorientos al lado una “ponchera de hierro” (tal vez usada para derretir el cacao), aún puede funcionar. Eso es todo. Afuera el patio grande de secado, la armazón del secadero con su vagón que entra y sale según el tiempo. Thamara barre con una escoba de ramas y es allí donde se montan las carpas.

Merienda y breve descanso, para mí es ahora que comienza la verdadera aventura. Estoy ansiosa por ello. Sólo con lo necesario agua para beber, sombrero y la cámara fotográfica. “camino a La Brea” es así como los campesinos llaman al Lago Guanoco. (ellos extraen contándolo el material, y luego lo utilizan para calafatear lanchas, calzado y como combustible).


Delante de mí El Mocho Gregorio, con altas botas de goma, la camisa desbrochada, sin sombrero, machete en mano y mirada vigilante, atrás todos los demás. Encontramos a unos amigos de ellos, pescadores con muy buena cosecha (lisas, bagres, corocoros) será la cena de esta noche. Vamos por una angosta senda de pocos metros y se nos hace ver, raspando la frágil capa vegetal del suelo, que ya caminamos sobre “la brea”, es verdad abajo el suelo es negro, duro, cuarteado. Encima es una vegetación cerrada, “cerrera”. No se oyen pájaros. Pasan unos minutos y ahora si “viene lo bueno”, el sendero se pierde en un pantanal, camino por sus orillas, agarrándome de donde puedo, de matas y raíces.


Resbalo y mi pie se sumerge con un “plot” en el denso pantano, lo sacó con un sonido de succión, todo embarrado.¡Puaj! Proseguimos. ¡Anjá ahora llegamos al terrible Caño La Brea!..Shiss, creo que aquí se han inspirado los escritores para sus cuentos de pesadilla. A ojo calculo como unos 30 metros de largo y otros tantos de ancho, del irregular pozo de agua negra, con rincones plenos de nenúfar. Sobresalen del agua algunas de “islitas” formadas por montones de raíces y algunos troncos de árboles, medio sumergidos en el lodo. Susto. Estupefacta le pregunto muy ingenuamente a Gregorio. ”Si es por ahí que tenemos que cruzar”. Pues si, es por ahí.


Ni se me ocurre voltear a ver las caras de mis amigas, porque si lo hago no sigo caminando. El Mocho, ha cortado sendas varas fuertes y muy largas (casi de 2 metros) entregándonos una a cada uno, nos instruye para que lo sigamos haciendo lo que él. Voy atrás, le sigo titubeando y trastabillando por encima de unos poco seguros troncos en el pantano. Ahora hay que entrar en aquella espantosa agua. No puedo creer que estoy aquí haciendo esto. Susto y ahora ¿cómo lo hago? Me indica que sumerja primero una pierna y tanteando con mi pié busque el de él, por supuesto no lo veo, sólo lo siento, trato de olvidar lo que mi loca imaginación crea, que una anaconda o un caimán encuentran en mí, su almuerzo.
Vacilo, me voy de lado, pero me aferro a la vara como si en vez de mi punto de sostén, fuera mi derecho a la vida. Estoy con ropa y calzada, no creo que lo hubiese hecho descalza. La mano segura y la serenidad y firmeza de los gestos del baqueano me tranquilizan y no me pregunten pero salí de esa pesadilla. Veo la cara de susto de Rosana es todo un poema, debe verse como la mía, pálida de terror.

Sanas y salvas con una risita ridículamente nerviosilla, estamos al fin fuera del agua. El sendero encharcado nos lleva hasta la impresionante visión de una extensa sabana. El calor emerge del suelo, se siente, nos abraza. Kilómetros y más kilómetros de sabana, de baja y esporádica vegetación, rota a veces por espejos bruñidos que brillan al sol (pequeños charcos), hierros retorcidos, tubos, 2 casetas redondas de metal, pintadas con descolorido rojo, chamizas, una raquítica mata de guayabas, con frutos, se asoman del suelo, en medio de una titilante e incandescente luz, que no es más que el reverbero del sol. Calor, y más calor agobiante.

Muda de asombro, camino como por sobre goma, en parte endurecida y en parte semi-líquida espesa, olor de combustible, acre, no del todo desagradable.

Tomamos muchas fotografías y decidimos retirarnos. Ahora no es sorpresa el camino, nuestro temor ha menguado ya que sabemos lo que nos espera. Sin embargo un resbalón de Thamara, la lleva de asiento en un charco de pantano. Sucias y malolientes llegamos a la hacienda. No hay agua para bañarse, sólo para cocinar y beber. Hacemos como los gatos con toallitas húmedas, medio limpias. Afortunadamente todas cada una en su carpa. Apenas oscurece y luego de cenar, cansadas por tantas emociones del día nos retiramos a dormir. A media noche despierto con el ruido que hacen las garras de un mono cuchi-cuchi en la tela de la carpa, veo su silueta en ella con la luz de las estrellas.

Grito: ¡El mono, el mono!, nadie sale a defenderme, así que vuelvo a dormirme hasta que a las 3 de al mañana, vuelvo a despertarme con el ruido de la lluvia, hube de salir aterrorizada de la carpa a colocar el protector de la misma. Sin apenas las 5:00 a.m., y las voces y risas de los compañeros y el olor del café “recien colao”, nos terminan de despertar. Pero es mejor así. Pues arreglamos nuestras cosas, desayunamos y pudimos comenzar el regreso temprano, ello y una lluvia pertinaz que nos cayó durante todo el trayecto hizo que éste se nos hiciera más fresco y por ende más amable aligerando nuestra caminata.

De nuevo en Guariquén nos despedimos de los compañeros, de Bochinche y de Globo . Almorzamos donde “la Negra”, esta vez el menú era de pollo horneado, algo conocido y devorado por mí. Un buen baño, y al Terminal de autobuses de Carúpano. Sin contratiempo alguno y durmiendo toda la noche llegamos a Caracas a las 5 de la mañana.

Pienso que fue una muy buena aventura la de conocer este lago.

Nos vemos en la próxima.


Edilia C. de Borges

Fotos: Rosana Langerano

Posteado por: Oscar H. Mattey

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Oye tremendo viaje el de ustedes, que aventura tan cool. Mi esposa y yo estuvimos en el Pitch Lake (Lago La Brea) de Trinidad y Tobago, pero nos mintieron alli diciendonos que ese era el mas grande del mundo.... Hoy, por un sueño que tuve anoche en el que discutia con alguien cual era el lago mas grande del mundo, decidi meterme en la web y corroborarlo... GUANOCO... no solo el mas grande, sino más bonito que el PTCH LAKE... buen viaje el de uds.... Somo de CCS, vivimos en Anaco y estamos a la orden. saludos.
uguetoe@gmail.com

asoprosamo dijo...

las felicito !! la visita aeste sitio,la narracion de todo,y por el valor de tres damas que con corage visitaron algo desconocido por muchos,me entusiasmo ir tambien,envien mas fotos por favor.gracias cafica_7676@hotmail.com

Anónimo dijo...

Buenisimo el viaje y la historia. las felicito!!! estaba husmeando en la web sobre el lago guanoco y lo lei todo el articulo. Saludos desde Cumana/ jonathan Palomo jonpalomo@gmail.com