martes, 5 de agosto de 2008

San Juan de Las Galdonas

Julio 2007


PARTICIPANTES: Ángela Ruggiero, Edilia C. de Borges, Grisel Urdaneta, Marta Matos, Rosana Langerano y Thamara Gutiérrez

Hola amigos todos, les cuento:

Viernes en la noche, desde Caracas en un cómodo bus-cama, partimos en un viaje raudo y sin incidentes que en un “abrir y cerrar de ojos” nos llevó en 9 horas a la hermosa población de Carúpano, al Oriente del país.

En el Terminal de autobuses, siendo muy temprano ya había bastantes viajeros. Una llamada telefónica y sólo en 20 minutos, llegó la camioneta conducida por Jorge y que en 1 hora y media aproximadamente, nos trasladó hasta la población de San Juan de las Galdonas.

Pasamos la población de Río Caribe y otras más, cuyos habitantes todavía dormían. El trayecto agradable en el frescor del despertar del día. Una carretera bien mantenida serpentea e integra el paisaje majestuoso de la montaña, con la fuerza imponente de las playas caribeñas.

Llegamos a San Juan de las Galdonas. Un pequeño pueblo incrustado en una franja angosta entre el mar y la montaña. Nuestro hotel se ve cálido y acogedor. Nos registramos y ya en la habitación “tiramos los peroles en la cama” y salimos a la calle a buscar las famosas empanadas...

Subimos y bajamos la única calle y al final de ella está un tosco toldo, una señora afable, gorda y simpática, se multiplica para atender a los clientes. Mientras rellena con una mano sobre la mesa, la masa (con cazón, queso, caraotas, carne o pollo, con dulce sabor picante) con la otra mano voltea la empanada que se fríe en hirviente aceite. Con lujurioso placer, saboreamos varias de ellas, regándolas con helado “limón con papelón”.

Ahitas de vuelta en la posada...¡Sorpresa!, nos esperaba servido el desayuno. Claro, no era cosa de despreciar el gesto. Así que con gran “sacrificio” nos obligamos a comer las delicias ofrecidas (arepas con chorizo carupanero), con la visión del extenso y refulgente mar y la pronta atención de Candelario.

Son ahora las 9.30 de la mañana, ya el sol calienta con fuerza, bajamos la escalera trasera de la posada y nos dirigimos al embarcadero en la playa. Una pareja criolla y 30 turistas holandeses, ya hacían cola para subir a las lanchas... “Botuto”, un lugareño fornido, afable y bullanguero, es quien manda ahora.


Ël nos distribuye en las embarcaciones, y será él quien nos guiará en la excursión de hoy.

Para mi infortunio, a mí me tocó ir en la lancha del “Capitán Extremo”, un adicto a la velocidad. Creo que tenía “el diablo en el cuerpo”. Impasible, desde que zarpamos, le imprimió una altísima velocidad al motor. Audaz se metía entre las olas altas (menos mal que estaban tranquilas) o las contorneaba haciendo que la proa se levantase en el aire y que luego cayese en al agua, con fuerza y ruido. Esta maniobra repetida infinidad de veces, por supuesto ocasionó que en nuestras humanidades, en donde termina la espalda, recibieran tamaño golpe, los bancos de madera no tenían asidero y una se resbalaba constantemente. Impetérrito “el Piloto Extremo”, sólo dejaba medio dibujar en su rostro una semi-sonrisa condescendiente, dirigida a mí precisamente, ya que era yo quién gritaba y se quejaba con más alharaca. Los otros pasajeros disimulaban su nerviosidad, muy educadamente oculta en sonrisas socarronas. Para mí este trayecto fue angustiante y aterrador, aunque con tanto tráfago, la luminosidad del cielo y la belleza del entorno aminoraba un poco el desafuero de la “corrida marina” y me daba sosiego y tranquilidad aparente.

Mientras corríamos las olas, desde lejos veíamos playas bellísimas San Juan de Unare, Guaratero y Santa Isabel nuestro destino.

SANTA ISABEL

Su playa es pedregosa y en ella desemboca sin mucha fuerza un río. Es un pequeño caserío ubicado sobre una colina, para acceder a él hubimos de subir una escalera corta de piedra . Muy cerca está la “Posada de Cucha”, la dueña no estaba. Sin embargo fuimos atendidos por la encargada, nos refrescamos y descansamos un poco.

Luego Botuto y otros jóvenes pueblerinos, armados con sendos machetes y llevando en los brazos salvavidas, nos hizo descender la colina contraria a la que subimos, hasta el lecho del río (zona culebrérica, se nos informó) por un tiempo uno detrás del otro, caminamos por el sendero a la orilla del río, luego se desvió en una vuelta adentrándonos por la selva tupida. Mangos por doquier, el delicioso fruto caído en el suelo o en el lecho del río, pronto desapareció, fue una “hartada” la que nos dimos. Los holandeses curiosos y cautos nos observaban, pero pronto el gesto de satisfacción que teníamos “los criollos”, hizo que experimentaran y quedaron encantados con la delicia del rico fruto, compitiendo ahora a ver quien comía más de ellos.


Después de un corto trecho el camino ahora es sólo por el río, no hay otro en la tupida selva que nos rodea. Las piedras sueltas ya pequeñas o grandes y resbalosas, el ímpetu del agua en algunas partes dificultaban el paso que se volvió precavido. A algunos Botuto nos hizo vestir un “salvavidas” y pronto me di cuenta del porqué. El agua en ciertos momentos era profunda, la corriente fuerte a medida que nos acercábamos al destino final donde íbamos, nos encontramos con pozos que hubo que atravesar nadando y haciendo pié en rocas sumergidas.

Emocionante llegar al cañón de piedras lisas, estrecho. Para llegar a su final había que atravesarlo nadando. Luego una enorme pared rocosa impide el paso, para seguir hay que escalarla. Desde arriba se desprende un potente chorro de agua que cae a la gran poza enorme, oscura y profunda. Una gruesa y entretejida liana cae hasta abajo, a ella se aferran algunos suben y desde la orilla de la cascada se lanzan al fondo.

El sol apenas logra iluminar el sitio entrando con un delgado rayo, aunque hermoso e imponente, el lugar luce sombrío. Un poco bastante atemorizada nado hacia allá algunos metros, pero pronto me regreso a donde mis pies tocan fondo…Susto…


Para no enfriarnos salimos de allí de vuelta a la posada, donde nos esperaba un rico almuerzo, terminado éste y despidiéndonos de la gente amable, embarcamos. Esta vez tuve la suerte de subir a la lancha de Botuto, me siento relajada y feliz, puedo disfrutar del paseo tranquila y sin nervios, como debe ser. Nos han traído a Playa Negra, llamada así porque las rocas y la arena son oscuras, de origen volcánico. Altos cocoteros son guardianes que nos ofrecen sus frutos, el coco, agua dulce y pulpa blanca de exquisito sabor. El mar acá es apacible y sereno, no tiene olas, el agua tibia. Es un placer bañarse aquí.

Pasado un tiempo nos embarcamos rumbo a San Juan de las Galdonas.

Como no era tan tarde cuando llegamos, mis amigas y yo decidimos explorar la zona, ya que dos preciosas playas se extienden a los lados de la punta donde termina el pueblo: La de sotavento de aguas tranquilas y muy extensas y las de barlovento, solitarias y de maravillosas olas.


Caminamos hasta que comenzó a oscurecer, volvimos a la posada a bañarnos y cenar. Esta noche dormimos como “benditas” agotadas y cansadas pero satisfechas por los logros del día.

Otro día, luego de desayunar, caminamos al lado opuesto de la playa que hicimos ayer. Tuvimos la gran suerte de encontrar a un lugareño, Juan Carlos Figuera, es joven y desde hace 10 años se ha dedicado con interés a la conservación y preservación de las tortugas (en la noche anterior nacieron ….tortuguillos, y hace una semana atrás una tortuga verde (especie en extinción) desovó 24 huevos. Él solo ha logrado levantar unas sencillas instalaciones, donde cría a estos incipientes reptiles quelonios, para devolverlos más tarde a su habitat, el mar. Tuve la oportunidad de ver a los animalitos de apenas 24 horas de nacidos, y sostener a uno en la planta de mi mano: oscuro, frágil con las aletas pequeñitas que me hacían cosquillas. Aparte de esta loable tarea, Juan Carlos también se ha dedicado a sembrar cocoteros y palmeras en la orilla a la playa. Su trabajo callado le da muchas satisfacciones y es ejemplo para las nuevas generaciones, muchos niños se escapan de casa para ir a ver las tortuguitas.


Nos acercamos ahora a una de las pocas casas que quedan en pié, testigos de épocas remotas, de interesantes sucesos. A la puerta, arrellanado en una crujiente mecedora de palmas que conoció mejores tiempos, encontramos a un lugareño robusto, de tez tostadas por años de recibir el sol, manos curtidas por la faena en las aguas saladas, surcos profundos en su cara delatan una larga vida.


Sus ojos de mirada placentera y triste. Le saludamos y al darnos permiso para acompañarlo, comienzo a preguntarle cosas antiguas concernientes al pueblo...Con paciencia recibe el aluvión de preguntas...y orgulloso me responde:

...Nací aquí, como mi abuelo y los abuelos de mis abuelos. Somos descendientes de un marino español, Pedro Galdonas, que por allá en los años de mil quinientos tantos, encalló su galeón enfrente de esta playa. Traía un valioso tesoro que se fue al fondo del mar y que han tratado de recuperar, sin éxito, mucha gente. Con él venían también muchas mujeres, las mujeres de Galdonas...Tuvieron que refugiarse en esta tierra y les gustó tanto que más nunca se fueron. De allí viene el nombre de Las Galdonas...El “San Juan” no supo explicarlo.

Para sustentar su historia, nos enseña una antiquísima fotografía en blanco y negro, donde se aprecia todavía, la única calle que existía, la casa donde estamos y otras mas que ya se han caído, caballos...Claro es que aunque no moderna, es más cercana a estos tiempos. ..”Esta casa la levantaron mis antepasados, tiene muchos años, todavía quedan otras que también se aferran al terruño, sus dueños como yo y casi todos los habitantes, hemos sido, somos y seremos pescadores artesanales, de ello vivimos.

Proseguimos nuestro caminar en esta tranquila mañana hasta llegar al otro extremo de la playa. Ahí en las orillas, disfrutamos de un excelente baño, más de arena que de aguas, porque las corrientes son fuertes en lo profundo y nosotras solas, no quisimos arriesgarnos. Por allí no había otra alma.

En la posada “un remojo” en la espaciosa piscina y luego el almuerzo, en un pequeño y familiar restaurante. Mediterráneo, cuyo dueño nos atendió con gran esmero, él mismo cocina y nos preparó una divina “pasta a la marinera”y un fresco jugo de fresa y terminamos con el artesanal vino de mora, también preparado por él, y que fue “por la casa”. Brindamos por lo feliz de nuestro viaje y por un pronto regreso.

Ya nos esperaba en la posada, el taxi que nos llevaría al terminal de buses en Carúpano. Tomamos el transporte que en viaje directo, placentero y sin problema, nos devolvió a Caracas llegando a las 4 a.m.

Para mí, el conocer al cálido poblado de San Juan de Las Galdonas y su gente, tuvo el sabor especial de antaño.


Nos vemos en la próxima,


Edilia C. de Borges


Fotografías: Rosana Langerano


Posteado por: Oscar H. Mattey

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy buenos días, me gustaria saber más información del recorrido que hicieron, nombre del Hotel, tiempo que les llevo la excursión, costos (Aunque se que fue ya hace una par de años, pero bueno), personas de contactos y otro tipo de información que me sea de ayuda.

Aaahh las felicito por su iniciativa y ese espiritud aventurero que tienen de verdad que si. Gracias por dar a conorcer lo hermoso que es nuestra Venezuela.

Muchas gracias de antemano. Abrazos.

Danny Acosta Borges